Peccata minuta

Crítica teatral

Volveré a leer con ganas la tierna, dura, bellísima literatura municipal de Pérez Andújar; lo de Albà ya lo veré cuando hagan la película

Javier Pérez Andújar, durante la lectura del pregón en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, en el 2016.

Javier Pérez Andújar, durante la lectura del pregón en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, en el 2016. / periodico

JOAN OLLÉ

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Dicen los que saben que la palabra pregonero pregoneroproviene del latín praeconium y designa a aquel que anuncia en voz alta a la ciudadanía la inminente celebración de una festividad y la invita a participar en ella. Pero antes de hablar en voz alta es oportuno pensar y estructurar en voz baja aquello que se va a decir para, luego, provocar la atención y el placer -o el tedio y los silbidos- de quienes nos escuchan. Solo hay una cosa más triste que un teatro sin público: un público sin teatro. Afortunadamente, las gentes de Barcelona, así como las de otras ciudades civilizadas, aún pueden escoger, entre distintas opciones, qué clase de palabras, tonos, miradas, gestos y silencios prefieren recibir desde el escenario, desde los escenarios.

Tan cercanas y tan opuestas

Anteayer, en nuestra ciudad tuvieron lugar dos hechos teatrales -el maestro Peter Brook nos enseñó que para que haya teatro basta con que uno o una hable o se mueva mientras otra u otro le escucha y mira-. Las dos escenas estaban tan cercanas como diametralmente opuestas. Uno de los intérpretes era profesional de las tablas; el otro, no tanto, y tal vez por ello gritaba y gesticulaba mucho menos que el especialista. (Es bueno recordar que si encomendásemos todas las labores a gentes especializadas en ellas, solo las prostitutas harían bien el amor).

En uno de los recintos ondeaban banderas, imitaciones, carcajadas, y el público coreaba futbolísticamente los envites del artista, disfrazado de rey antiguo; en el otro, un hombre en mangas de camisa iba desgranando, sin artificio alguno -como un exhaustivo listado de Walt Whitman- la implacable letanía de su memoria y emoción. No sé quién tuvo más éxito de público: uno llenó la sala de honor del ayuntamiento y su plaza adyacente, mientras que el número de asistentes para ver y oír al otro osciló, según las fuentes, de algunos centenares al millón y medio de personas. Aplausos para los dos. Telón.

Lo malo del teatro es que es como escribir con el dedo sobre aceite: no queda nada más allá del recuerdo de quienes estuvieron allí -o el vídeo, que siempre miente-. Pero, a veces, para que no se pierdan del todo las palabras, las recogemos en libros por si alguien quiere rememorarlas o decirlas de otra manera ante otros auditorios. Uno de los dos libros podría ponerse mañana mismo a la venta; el otro también, pero sería bueno pulir antes gran parte de los versos, ya que en muchos de ellos métrica y rima van por donde quieren. Felipe V ya no tiene quien le escriba bien.

«Contra gustos no hay nada escrito». Responde el otro: «Sí, se ha escrito mucho, pero no lo debes haber leído». Volveré a leer con ganas la tierna, dura, bellísima literatura municipal de <b><strong>Pérez </strong>Andújar</b>; lo de Albà ya lo veré cuando hagan la película.