ANÁLISIS

Siria: los muertos son lo de menos

Si detrás de un ataque de EEUU al régimen sirio hubiera un plan que permitiera vislumbrar un horizonte, bienvenido sería, pero nada hace pensar que lo haya

Donald Trump, Vladimir Putin

Donald Trump, Vladimir Putin / AZ

Cristina Manzano

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Siria se ha convertido en el mejor ejemplo de lo que ha dado en llamar “guerra por delegación” o 'proxy war', en inglés. O sea, que los diferentes actores implicados buscan resolver sus diferencias, o ganar poder, en territorio de otros, sin que el suyo se vea directamente afectado. Por eso en el conflicto sirio intervienen todos aquellos que aspiran a tener algo que decir en el tablero de Oriente Próximo  –Turquía, Irán, Arabia Saudí, Estados Unidos, Rusia…- sin que ninguno esté realmente interesado en ponerle fin.

Por eso hay que tomarse en serio la incontinencia tuitera del presidente norteamericano, aunque, una vez más, pareciera jugar al despiste. Por un lado, amenazó con lanzar unos cuantos “bonitos, nuevos e inteligentes” misiles como respuesta al nuevo ataque con armas químicas atribuido al régimen sirio. Por otro, lo anunció a todo el globo, no se sabe si para darse importancia, para dar tiempo al propio Bashar el Asad para prepararse, o para jugar el siguiente capítulo en la reciente historia de desencuentros y amor no correspondido con Rusia. No en vano, tras su mensaje amenazante ha tendido la mano a los rusos y les ofreció parar la actual carrera armamentística.

Un riesgo considerable en una situación de este tipo son los daños colaterales que intereses rusos o iranís puedan sufrir ante un supuesto ataque a gran escala, y, claro, la posible reacción de estos. Rusia ya ha declarado tajantemente que está dispuesta a interceptar, rastrear y derribar cualquier artefacto lanzado sobre Siria.

Complacencia republicana

¿Sería esto un acto de guerra por parte de Estados Unidos? En teoría, el presidente norteamericano no podría ordenarlo sin la aprobación del Congreso. En la práctica, Trump no se ha mostrado muy dispuesto a seguir las reglas –la justificación legal que dio la Casa Blanca el año pasado cuando atacó una base siria era más que cuestionable-, pero cuenta con la complacencia de un Partido Republicano que, de momento, le deja hacer.

En un dirigente que domina el espectáculo como nadie, todo esto podría ser también una maniobra de distracción frente a los avances de la investigación del fiscal especial Robert Mueller, encargado de la famosa trama rusa. No olvidemos que el martes pasado el FBI registró la oficina del abogado personal de Donald Trump en busca de nuevas pruebas.

Pero mientras los líderes esgrimen su mejor retórica bélica, lo de menos son los muertos. La noticia del asesinato de decenas de personas, muchos niños entre ellas, ya ni siquiera escandaliza a la opinión pública global. Nadie se moviliza por la innombrable cifra de muertos, por los millones de desplazados que ha causado el conflicto.

Y si detrás de un ataque americano al régimen hubiera un plan que permitiera vislumbrar un horizonte, bienvenido sería. Nada hace pensar, sin embargo, que lo haya. Tiene pinta de ser un ejercicio más para mostrar músculo, sin pensar en que las consecuencias, sean cuales sean, las pagarán seguro los mismos de siempre: la maltratada y exhausta población siria.