La crisis lo es más en femenino
Salvador Sabrià
Periodista
Salvador Sabrià
El discurso político y social parece cada vez más a favor de la igualdad salarial, de derechos y de poder entre hombres y mujeres. La palabra parece es adecuada en este caso, porque la realidad no demuestra que se hayan logrado hasta ahora estos objetivos, al contrario. Varios informes constatan que durante la década de esta larga crisis no solo no se ha rebajado la brecha salarial de género, sino que se ha incrementado, incluso en los últimos años de recuperación económica.
Oxfam Intermón ha publicado un informe titulado ‘Voces contra la precariedad’ en el que se constata que la pobreza laboral en Europa “tiene rostro de mujer”, porque en general ocupan empleos con sueldos más bajos y tienen el doble de posibilidades que los hombres de encontrar un nuevo trabajo con una baja remuneración.
En España, las estadísticas constatan esta realidad que denunciaba la oenegé de forma muy clara. Como reflejaba con datos en El Periódico un artículo de Gabriel Ubieto, “para las mujeres los costes de la crisis han sido más elevados, en muchos aspectos, que para los hombres”. Se ha incrementado la brecha salarial. Hay proporcionalmente más paradas que parados que antes de la crisis; los empleos temporales y los de tiempo parcial no deseados (los que ocupan trabajadores que querrían trabajar una jornada competa) continúan mayoritariamente en manos femeninas. E incluso se ha reducido el porcentaje de directivas respecto al total de dirigentes en las empresas.
Pese a los anuncios de medidas políticas, el mercado laboral penaliza a las mujeres
Es evidente que algo no cuadra entre los discursos y la realidad. Hay más mujeres formadas que nunca, en las universidades la presencia femenina llega a ser mayoritaria en algunas facultades. Algunas estadísticas reflejan mejores resultados académicos que los de los hombres. O cómo mínimo están igual de formadas. Y sin embargo, este cambio, que ha sido intenso, no se refleja aún en el campo laboral en la misma proporción.
Una de las explicaciones es el mantenimiento del peso de la mujer en las labores domésticas, el cuidado de los hijos y de la familia en general. El reparto entre géneros continúa muy decantado en contra de la mujer, a la que le acaba recayendo una mayor responsabilidad también en casos de dependencia. Es un pez que se muerde la cola: si ellas tienen peor empleo y sueldo que los hombres, acaba ganando el argumento de que en caso de necesidad sea la mujer la que renuncie al trabajo para dedicarse a la familia. Por ello, es en estos aspectos en los que las políticas públicas deberían incidir mucho más. Contratar a una mujer con el mismo sueldo y derechos debería ser igual de rentable, o más, para una empresa que fichar a un hombre. Aún hay mucho camino por recorrer.
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