Al contrataque

Crédito

MANEL FUENTES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando la crudeza de la realidad se impuso, pinchando esa ficticia burbuja, se acabó el crédito. Pero no solo se acabó el crédito bancario para nosotros. También las entidades financieras dejaron de merecer el nuestro. Y los políticos que les dejaron vendernos humo. De hecho, el descrédito llegó a la mayoría de instituciones. Los ciudadanos empezamos a mirarnos cualquier pedestal desde la sospecha más que desde la confianza, y la corrupción que afloraba iba extendiendo la metástasis. El presente era y sigue siendo imposible, con lo que el crédito, era clave para poder creer en un futuro.

Huérfanos o desnortados, carentes de autoridad reconocible, era solo cuestión de tiempo que del 'popolo', resurgiera el populismo y con él, sus burbujas verbales. Promesas incumplibles. Profetas griegos del deja para mañana lo que te obliguen a hacer hoy, que más que ganar tiempo lo que logran es arruinarlo un poco más. Gestos cara a la galería. Dedos que, más que el camino, marcan culpas que apuntan al enemigo externo. Victimismo en vez de responsabilidad. Y en el viejo 'establishment', decadencia total. Allí solo hay ganas de salvar muebles a toda/nuestra costa. Corrupción, trampas y resistencia numantina al cambio de una maquina que no ha dejado de ser deficitaria. Se llame España o Catalunya.

Para colmo de la perversión algunos arguyen que tantas elecciones no ayudan. Dicen que los políticos, en vez de preocuparse en arreglar el desaguisado, solo se ocupan de buscar la simpatía simplona del respetable, ya que para salir del lodo hacen falta soluciones impopulares.

El papel de la Monarquía

El argumento es mezquino porque pone a la política y a sus representantes como escurridores del bulto, exponentes del inmovilismo más dañino. Y esta sospecha de politización alcanzó al sistema judicial, a Hacienda, al Banco de España o a los supervisores bancarios. Como si nuestros gestores solo quisieran vivir del mecanismo más que hacerlo funcionar como exigen los tiempos. Y así, reventará. Si alguien cree que en la democracia se ha instalado el virus de la inoperancia, miremos hacia la institución de más poder que escapa de las urnas: la Monarquía. Si allí estaban nuestras esperanzas, el final de Juan Carlos I o el lío de su hija Cristina han colaborado a desgastarlas. Y Felipe VI no ha tenido unas últimas intervenciones muy felices.

El Rey debe recibir a la presidenta del Parlament aunque no le guste su cantinela. Si cuando un cargo público deja el puesto se le agradecen los servicios prestados, a Artur Mas, también, diga lo que diga la Moncloa. Si quiere ser interlocutora y solución, la Corona debe estar por encima. Pese a infantas y elefantes, corruptos y corruptores, la gente espera verificar si aún hay capacidad de liderazgo en días de desafío, descredito y parálisis institucional.