El presidente y su sentido de Estado

El conservadurismo, según Rajoy

La aprobación de los presupuestos pasa por una coalición heteróclita que va de Ciudadanos al PNV y dos grupos canarios competidores

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, al término de su intervención, ayer en el Palau de Congressos de Barcelona.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, al término de su intervención, ayer en el Palau de Congressos de Barcelona.

JOAN TAPIA

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¿Cuál es la fórmula secreta de Mariano Rajoy? Tras las elecciones del 2015 lo tenía difícil. Con 123 escaños, había perdido 63 y estaba lejos de la mayoría absoluta de 176. Con C¿s, que no le querían, se quedaba en 163. Muchos creían que el PP tendría que buscar otro candidato y él mismo no osó ir a la investidura. Pero PP y Podemos votaron, juntos, contra Pedro Sánchez, se repitieron elecciones, subió a 137 escaños y al final el PSOE destituyó a Sanchez y se abstuvo. ¿Tuvo suerte? Si, pero supo aguantar, intuir las flaquezas y divisiones de sus enemigos y nadar en un cierto caos.

No era la primera vez que triunfaba contra pronóstico. Cuando la sucesión de Aznar, el favorito era Rodrigo Rato, el finalista, Mayor Oreja y Rajoy, el tercero. Aznar pensó que era el más «manejable». En el 2008, tras su nueva derrota ante Zapatero, muchos creían que el contubernio Aznar-Esperanza Aguirre más 'El Mundo' de Pedro J. Ramírez lo 'matarían'. Sobrevivió. 

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Pero era hombre muerto si no derrotaba a Zapatero. Primero blandió el Estatuto catalán, luego la negociación con ETA. Solo hirió, pero llegó la crisis y el plan de austeridad del 2010 al que bautizó como «el mayor recorte social de la democracia». Zapatero no se atrevió a volver a presentarse y el PP sacó mayoría absoluta. En el periplo demostró ser inasequible al desaliento y atacar sin piedad todos los puntos débiles de sus enemigos, sin distinguir entre los de la derecha –antiguos amigos– y los de la izquierda.

PACTAR EL TECHO DE GASTO CON EL PSOE

Ahora muchos vaticinaban que sin mayoría no superaría los primeros escollos –los presupuestarios– de la legislatura. Logró pactar el techo de gasto con el PSOE (a cambio de subir un 8% el salario mínimo) con lo que podría prorrogar las cuentas del 2016. Pero quiere mostrar poderío –ante la opinión pública y ante Europa– presentando unos presupuestos del 2017 que intentará aprobar apoyado en una muy heteróclita mayoría: apoyado en una muy heteróclita mayoría: los centristas de C¿s junto a sus enemigos del PNV, más la canaria Ana Oromas, más un diputado de Nueva Canarias-PSOE, contrincante de Oromas y que, desoyendo al PSOE, votó contra la investidura. 

¿Cuál es su secreto? En Malta, en la cumbre de los conservadores de la UE ha dicho: «Lo que funciona en la vida es ser serio». Y para quien pertenece a un alto, y privilegiado, cuerpo del Estado ello implica –además de saber alcanzar y mantener el poder– saber que el Estado es la primera empresa y la última garantía de un país. Cuesta manejarlo pero aún más doblegarlo. Por eso –y para echar a Zapatero– combatió el proceso de paz. Euskadi ya tiene demasiado poder. Por eso vino el martes a Barcelona a prometer infraestructuras, pero no quiere ni hablar de referéndum ni, por el momento, de rectificar lo del Estatut. Cree que todo lo que se pueda interpretar como una cesión del Estado favorecerá al aznarismo y que podrá capear la tormenta. En Europa atacar el orden constitucional no es fácil y menos ahora que España está en el directorio europeo.

LAS DIRECTIVAS DE BRUSELAS Y DEL BCE

Y el sentido de Estado le hizo ver, al llegar al Gobierno, que la prioridad era que el Estado no naufragara ante la desconfianza de los mercados. Y que habiendo renunciado –al entrar en el euro– a gran parte de la soberanía económica no quedaba otra opción –salvo la aventura de salirse– que seguir las directrices de Bruselas y del BCE y esperar que las cosas funcionaran. Así ha sido. El coste social de la devaluación interna ha sido alto, pero hoy el PIB vuelve a crecer, el paro ha caído del 27% al 18,9% (y tiende a la baja) y sube el consumo.

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La fórmula Rajoy es la de un conservador que sabe llegar al poder –en el PP y en el Estado– y mantenerlo usando las debilidades y fisuras de sus enemigos. Cree que el primer aliado del gobernante es el Estado que debe ser protegido. Luego, solo luego, se puede ceder todo lo necesario pero siempre lo mínimo posible. Se puede pactar con el PNV pero cuando ya ha dejado la 'línea Ibarretxe'. Se puede volver, si no hay mas remedio, a elegir al presidente de RTVE según la ley Zapatero. Se puede cambiar la ley Wert. Se puede incluso votar a favor de una comisión de investigación de las finanzas del PP si es la manera de que no se vaya muy allá. 

Para Rajoy, un buen conservador es aquel que se abraza a los principios (algo vagos), que sabe que el Estado es su instrumento y que alcanzar y mantener el poder exige flexibilidad para pactar y saber hacer, con sumo cuidado, las cesiones obligadas. Y este conservadurismo biológico-adaptativo le ha funcionado. Al menos hasta hoy.