La rueda

Compasión y política

NAJAT
El Hachmi

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Hay sentimientos tan intensos, que nos surgen de una forma tan primitiva que pensamos que son universales, que se manifiestan en todos los seres humanos por el simple hecho de ser seres humanos. La compasión es una de las emociones más poderosas que podemos experimentar, no suele conllevar medida y nos sacude de raíz si el sufrimiento del otro lo encontramos excesivo. Compadecerse no es más que eso, compartir el malestar profundo de alguien que no somos nosotros, ponernos en su piel y sentir hasta cierto punto lo mismo que él. Se dice que la compasión es más presente en las mujeres porque es básica para llevar a cabo una tarea tan vital como es la de criar lo que hemos parido.

Sería difícil que las madres hiciéramos todo lo que hacemos en los primeros tiempos de vida de un bebé si no viviéramos como nuestros todos y cada uno de sus estados de ánimo supeditando nuestro bienestar al suyo. Está claro que a menudo la compasión es selectiva y no se aplica de la misma manera según quien sea el compadecido. Angela Merkel se encontró con una niña palestina que le habló de la situación de su familia, le hizo explicar el sufrimiento que esto le provocaba un sufrimiento difícil de asumir por alguien con tan pocos años de vida y la canciller, en vez de escucharla y asumir la manifestación de dolor de la menor, aprovechó que había cámaras para hacer un discurso duro contra la inmigración. Vino a decir que Alemania no podía hacerse cargo de las personas de las que hablaba la niña. Y la niña, claro, qué debía entender de política internacional, de conflictos bélicos, de la creación del Estado de Israel, del Holocausto. No entendía nada esa niña, solo el sufrimiento de personas cercanas y por eso se puso a llorar. La política es así de dura, le dijo Merkel, como si eso sirviera de consuelo, como si la suya fuera la única política posible.