Análisis

Compañero Mariano

Como al PSOE, a los sindicatos les aplica una de sus estrategias favoritas: el temible 'abrazo Rajoy': ni una mala palabra, ni una buena acción

Manifestación de CCOO y UGT en Madrid.

Manifestación de CCOO y UGT en Madrid. / periodico

ANTÓN LOSADA

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La buena noticia es que los sindicatos siguen vivos. La mala es que al Gobierno que preside Mariano Rajoy no le preocupa demasiado, al menos de momento. Lo primero supone casi un milagro, lo segundo parecía previsible. En la agenda de Mariano Rajoy las organizaciones sindicales son como el PSOE: figurantes necesarios para completar con éxito la representación de aquello que se supone debe hacer un gobierno en minoría, dialogante y dispuesto a llegar a acuerdos. A ambos parece ir a aplicarles una de sus estrategias favoritas frente a sus contrincantes: el temible abrazo Rajoy: ni una mala palabra, ni una buena acción.

El compañero Mariano dará todos los abrazos que hagan falta pero no se moverá un ápice de sus políticas, más allá de algún que otro detalle que pueda lucir en los titulares de los medios sin dispararse de precio. Podrán hablar cuanto quieran de puentes festivos y horarios laborales, pero la reforma laboral no se toca y el enésimo derribo privatizador de las pensiones se acelera.

CAMBIO DE MODELO

La devaluación salarial, la precarización del mercado de trabajo o la pérdida de derechos laborales y sociales vinieron con la crisis pero no se irán con la recuperación. Las políticas desarrolladas por los ejecutivos de Rajoy no fueron solo una respuesta a la Gran Recesión. En realidad, la mayoría de estas políticas solo la han utilizado como excusa para asegurar otro objetivo: instaurar un cambio de modelo donde el trabajo es tratado como un bien que ha de ser barato y precario para asegurar los márgenes de beneficio de una élite empresarial que, en su mayoría, no sabe crear riqueza; solo sabe arrebatársela a los demás.

Cuando los años dorados de la burbuja los sindicatos eran culpables porque, se decía, con sus negociaciones colectivas y sus convenios ralentizaban la marcha triunfal de una economía que no debería soportar tantas rigideces. Cuando llegó la crisis los sindicatos también fueron declarados culpables por no saber defender esos mismos convenios que antes les reprochábamos, o los derechos sociales que nos han ido arrancando uno a uno a mayor gloria del fetichismo del déficit.

UNA BUENA NOTICIA

Tras una década de asedio, desgaste y desprestigio sistemático, que las fuerzas sindicales aún conserven alguna capacidad de organización y movilización trae una buena noticia para quienes mantengan la esperanza de recuperar algún día aquel pequeño Estado de bienestar que habíamos empezado a construir con la llegada de la democracia.

Hacen bien los sindicalistas al volver a la calle. Hemos llegado a un punto de descrédito donde hagan lo que hagan los sindicatos, siempre estará mal. Si convocan una huelga se pasan de belicosos y alarmistas, si se movilizan contra algo molestan a quienes no tiene culpa y solo quieren trabajar y si se sientan a negociar son unos vendidos y unos siervos del gran capital. En esta sociedad multimedia de la verdad virtual nunca fue tan cierto aquello que decía Oscar Wilde: que hablen de uno, aunque sea bien, es lo importante.