LIBERTAD CONDICIONAL
Cómo sobrevivir a una ruptura
Lucía Etxebarria
Escritora
Por Lucía Etxebarria
Benigno había vivido una historia de amor, o lo que él creía que era amor. Cada vez que tenía sexo con aquella mujer segregaba un cóctel químico en el núcleo accumbens de su cerebro: dopamina, serotonina, feniletilamina, oxitocina, norepinefrina… Una bomba de hormonas que hacía que él permaneciera horas haciendo el amor y noches conversando, que estuviera siempre excitado, que la necesitara como una droga y que su capacidad para juzgarla se redujera a cero.
Ella no estaba enganchada a él como él a ella: ella tenía otro proveedor. Es como si mi amigo tuviera un solo díler que le pasara heroína, pero ella tuviera dos. Y ella eligió al otro.
En el momento en que su cerebro dejó de segregar esas sustancias, a Benigno todo le recordaba a ella, su proveedora. Una foto, el bar y el cine al que solían ir, una canción, un jersey que ella se dejó en su casa. Cualquier estímulo desencadenaba la actividad de un tipo específico de neuronas dentro del núcleo caudado y el área tegmental ventral del cerebro. Las mismas áreas que registran los efectos de la cocaína, de la heroína o de la nicotina. O sea, era exactamente igual que si estuviera dejando una droga.
Benigno se dedicó a curiosear en las redes sociales de ella, y a enviarle mensajes sin parar. Cada vez que veía una foto de ella, el cerebro de Benigno, de manera instantánea, enviaba un mensaje a su amígdala. Su cerebro actuaba mediante un mecanismo ancestral que hace que todos registremos estímulos que provocan placer o estrés. Por ejemplo, si un mono pasa por un bosque y le sale una víbora desde un arbusto, la amígdala registra esa imagen. La próxima vez que el mono pase por allí, la amígdala ejecutará una respuesta fóbica para que el mono no se acerque al arbusto.
A veces llamamos amor
cuando queremos decir
neuroquímica. El amor de
verdad dura toda la vida
La amígdala registra tanto estímulos positivos como negativos, de forma que cualquier imagen o mensaje de la 'ex' proveedora activaba un circuito neuronal en Benigno. Y, en respuesta, la amígdala desactivaba el córtex prefrontal –el centro de lógica– y avisaba a las sus glándulas adrenales para liberar las hormonas del estrés: adrenalina y cortisol. Por eso Benigno sudaba, se le agotaba la respiración y se le aceleraba el pulso.
Decidido a olvidarla, lo primero que hizo Benigno fue bloquear el contacto en whatsapp, en redes sociales, e incluso poner el número en lista negra.
Empezó a correr cada mañana, consciente de que el ejercicio hace que el cerebro segregue esas endorfinas que él echaba de menos tan desesperadamente. Y se había hecho una selección de música alegre, porque la música también las libera.
Benigno se pasaba horas acariciando a todo perro y gato que se encontraba por la calle, y empezó a dar abrazos y a cogerle la mano a todos sus amigos y parentela. Porque con un abrazo, un apretón de manos o una caricia, el cerebro promueve la secreción de oxitocina y de opioides (sedantes) endógenos. Por esa misma razón, Beningno empezó a recibir masajes.
Un médico le dijo a Benigno que podría tomar fluoxicetina o sertralina. Porque ese tipo de medicamentos funcionan como requilibrantes químicos de su sistema de neurotransmisión. Los probó durante seis meses. Estaba más tranquilo pero perdió la líbido.
Benigno quedaba a menudo con sus amigos porque la relación social provoca liberación de oxitocina o de vasopresina, que convergen con la dopamina en la vía mesolímbica para incrementar el predominio de las señales sociales y la información. Benigno no hablaba de su 'ex'. Iba al cine, al fútbol, al teatro y comentaba la obra, la jugada, el partido, la película. Pero no hablaba de ella. No quería despertar a su temida amígdala.
Al año, Benigno conoció a otra mujer. Y cambió a su proveedora de emociones por otra. Y el ciclo se reinició.
Hay quien le diría a Benigno que por qué le llamaba amor cuando quería decir sexo. Yo creo más bien que a veces llamamos amor cuando queremos decir neuroquímica. El amor de verdad, el amor a la pareja estable, a los hijos, a la familia, a los amigos del alma, dura toda la vida.
Benigno es un dependiente emocional. Una de esas personas que va encadenando conquistas como quien colecciona sellos, con la diferencia de que luego no puede vender su colección. Pero el enamoramiento es tan intenso y tan satisfactorio en los inicios que hay gente, como Benigno, que no puede prescindir de él.
Aunque luego duela tanto.
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