Cómo queremos que sea Catalunya

Una bandera catalana.

Una bandera catalana. / periodico

JORDI PUJOL I SOLEY

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El debate soberanista hace que se planteen de una forma insistente preguntas sobre cómo querríamos que fuera Catalunya. Por ejemplo, cómo querríamos que fuera una Catalunya independiente. Pero esta es una pregunta que debemos contestarnos tanto si Catalunya fuera independiente como si no. (Y de hecho nos la hemos contestado sin ser independientes. Aunque es cierto que la actualidad de la reivindicación independiente le da especial trascendencia).

Y de hecho, desde el restablecimiento de la democracia y de autonomía, ha habido en Catalunya un proyecto de Catalunya. Y más de uno. Que en mayor o en menor medida enlazaban con proyectos anteriores. Y que, pese a que algunos de ellos eran diferentes, han tenido un común denominador que permite hablar de estos proyectos como algo muy representativo.

Esta pregunta nos la hemos contestado durante todo el siglo XX. En el terreno de las ideas y de los proyectos, y también de los valores, y en algunos periodos en el de la acción del gobierno. Y, sobre todo, desde la transición política a esta parte, desde las instituciones catalanas. Desde el Gobierno, desde el Parlamento, desde los ayuntamientos, diputaciones, etc. Y desde la propia sociedad civil, que afortunadamente siempre había estado activa, pero que ha podido ser más eficaz que en el marco político democrático. Y está bien hacer notar que si bien no ha habido un proyecto único para Catalunya –cosa lógica en un régimen democrático y en una sociedad plural–, substancialmente ha habido suficiente coincidencia en lo que socialmente, y políticamente, es esencial como para poder decir dos cosas, muy importantes y positivas: que ha habido un proyecto de país, y que en su defensa y su realización han participado varios sectores políticos, sociales e ideológicos. Ciertamente algunos se han quedado al margen, pero una amplia y diversa mayoría de la sociedad catalana, de una forma u otra, ha participado. En la definición y en la aplicación. Por tanto, nadie se puede atribuir ningún mérito en exclusiva. Y decimos mérito porque el balance de los últimos cuarenta años de Catalunya es positivo. Que ahora vivamos una época difícil no le resta mérito a lo que todos juntos hemos hecho durante los últimos cuarenta años. Y no nos lo tenemos que recriminar los unos a los otros.

Este país que hemos querido construir –y que en parte entre todos hemos construido–, ¿cómo hemos querido que fuera? ¿Y cómo queremos ahora que sea? Enumeremos las características principales. Con la advertencia previa de que el orden de enumeración no establece jerarquía. Todo está relacionado, todos los componentes del conjunto son necesarios.

1. El país debe tener una muy fuerte mentalidad democrática. Esto debe impregnar a la sociedad.

2. Hay que mantener y reforzar la solidez de la identidad lingüística y cultural del país. Porque Catalunya, que no ha sido nunca una nación étnica, sí que ha sido, en cambio, una nación de base lingüística y cultural.

3. Desde hace siglos, Catalunya ha procurado estructurarse como una sociedad abierta y dinámica. En el campo económico y social, político y cultural. Y abierta al progreso social. Con mentalidad de ascensor social. «Catalunya será social o no será» ha dicho durante décadas el catalanismo. Y dice hoy mismo.

4. Todos estos objetivos han reclamado históricamente, y reclaman ahora, espíritu de modernidad y una filosofía de progreso y de obertura al mundo.

5. Y como una especie de resumen de los puntos anteriores reclaman cohesión y convivencia. Reclaman un concepto de país con mentalidad de futuro integrador. Integrador de ideas y sobretodo de gente. Con variantes, este ha sido el objetivo de siempre, desde mediados del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Y jugando un papel determinante en el momento de la transición. Y hasta hoy mismo.

Podemos decir que en líneas generales, durante los últimos treinta o cuarenta años, Catalunya ha avanzado en esta dirección. Y que el conjunto del país –el conjunto de las fuerzas políticas y sociales– ha contribuido a este progreso.

Y el país también puede decir que ha procurado hacer todo esto de una forma que no solamente fuera compatible con el progreso general español, sino que contribuyera significativamente a él. Y así ha sido. Pero ahora muchos puentes se han roto. Y cada vez resulta más difícil reconstruirlos.

Por lo tanto, la pregunta de cómo querríamos que fuera Catalunya nos la tenemos que hacer también pensando en la eventualidad de la independencia. Y la respuesta es que, básicamente, el proyecto es el mismo que hemos defendido, y en parte aplicado, durante estos cuarenta años.

Un proyecto que durante décadas ha sido el objetivo. Que parecía posible. Pero que ahora se ha convertido en muy problemático por el ahogo político y económico (y con mucha repercusión social, y también identitaria).

El proyecto y el modelo de país no debe ser rebajar. Ni en la identidad, ni en el equilibrio y el progreso sociales, ni en los elementos de cohesión ni en las condiciones que fortalezcan la convivencia, ni en los factores de progreso general. El peligro de la pérdida de calidad social viene del ahogo financiero, político e institucional. Del ahogo como país. O sea que la reivindicación nacional y la social están vinculadas. 

¿Por qué ahora el independentismo es tan fuete? ¿Por causas sentimentales? También. ¿Por la ley Wert? ¿Y por la voluntad de reducir la capacidad de integración? También. ¿Por la interpretación a la baja de muchas competencias? Sí. ¿Por el retraso en un periodo de pagos? También. Y por tantas cosas más. Pero también, y de una forma especialmente importante, porque todo ello, y sobretodo la actitud de las instituciones españolas y también del conjunto de España, hace evidente que en el nuevo terreno de juego que van configurando Catalunya no podrá construir el proyecto de sociedad que queremos. De una forma muy evidente –escandalosamente evidente–, a través del ahogo financiero. También del sistemático recorte competencial, es decir, político. O sea, de ir convirtiendo nuestro autogobierno en lo que denominan una caja de cartón sin nada dentro. Es decir, no podremos hacer el país que queremos. A quien pregunte «qué país queréis que sea Catalunya» le podemos dar respuesta. Ahora la hemos anotado muy brevemente. Con imperfecciones, algunas graves y punzantes. Pero un país que ha ido y que puede ir hacia arriba. El modelo es bastante claro, el proyecto es bastante claro. Pero debemos disponer de los recursos y de las herramientas de todo tipo que necesitamos. Y que el Estado español ya ahora ha dejado claro que no tendremos.

Dicho de otro modo: la reacción contra el ahogo financiero y contra la devaluación política de Catalunya, es decir, la reclamación de un poder político potente –desde la financiación a las competencias pasando por todo lo que es preciso que Catalunya tenga para tener cohesión y convivencia, progreso social e identidad como país, tiene un signo evidentemente y sin duda político y económico pero también social. No podremos mantener el nivel de estado del bienestar de sus ciudadanos sin un trato justo hacia Catalunya.

La negativa a dar este trato justo, con las consecuencias que tiene y tendrá para sus ciudadanos, es una causa importante de refuerzo del independentismo.

El blog de Jordi Pujol