El tablero catalán

Cómo hemos cambiado

Un año después del 1-O, algo estamos haciendo mal: el conflicto político y social sigue ahí y las soluciones, ni están ni se les espera

Carles Puigdemont y Quim Torra, el pasado 28 de julio, en Waterloo.

Carles Puigdemont y Quim Torra, el pasado 28 de julio, en Waterloo.

Cristina Pardo

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El 'expresident' de la Generalitat Carles Puigdemont ha admitido ahora sentirse "decepcionado"Carles Puigdemont"decepcionado". "Es evidente que las instituciones europeas no apoyan la causa catalana", ha explicado. En un entorno político menos distorsionado que por el que atravesamos en España, a nuestros dirigentes les penaría la mentira siempre y mucho. En los días previos al referéndum del 1-O, no faltaron avisos del nulo respaldo comunitario a una consulta celebrada sin consenso con el Estado y sin garantías. Puigdemont Artur Mas basaban la permanencia en la Unión Europea en una cuestión de fe. Decían, por ejemplo, que a nadie se le ocurriría expulsar de la estructura comunitaria a siete millones de personas. Un año después, Puigdemont ha admitido lo que antes negaba. Y no solo eso, sino que ahora sitúa la Catalunya independiente en un horizonte de "20 o 30 años".

Pérdida de crédito de Puigdemont

Puesto que estamos ante dirigentes que han demostrado su audacia en repetidas ocasiones, es inevitable deducir que lo sabían todo y que mintieron, porque confiaron en que la presión y la movilización ciudadana abrirían la muralla de la comunidad internacional. A Puigdemont tampoco le dan crédito ya en las televisiones belgas, donde esta semana incluso le aconsejaban que ingresara en prisión.

Es cierto que las cargas policiales de hace un año a las puertas de los colegios electorales, constituyeron una grave equivocación del Gobierno de Mariano Rajoy. Abrieron una pequeña grieta por la que se colaron los independentistas para denunciar la represión, para fortalecer el discurso del aplastamiento de su pacífico proyecto por parte del Estado. Sin embargo, un año después se ha demostrado que no fue suficiente para granjearse la simpatía de ningún país importante. Ha sido, sin duda, mucho más desestabilizador para la imagen internacional de España el exilio de los dirigentes independentistas.

En el último año, nuestro país ha vivido en una auténtica montaña rusa, que tuvo el momento álgido con el cambio de Gobierno. Pedro Sánchez está en la fase de la distensión, de la oferta de diálogo. Depende de los independentistas para gobernar y quizá ahí es donde hay que enmarcar las sorprendentes declaraciones recientes de destacados socialistas en contra de la prisión preventiva y a favor de los indultos. Sin embargo, Sánchez está cometiendo, en mi opinión, el mismo error que sus antecesores. Todos sus mensajes se dirigen a los políticos independentistas. No dedica ni una sola palabra a intentar atraer a los ciudadanos que les apoyan, los que ya no se sienten parte de España. Así que, tal y como hemos visto en la última década, el porcentaje de catalanes partidarios de la secesión no deja de crecer. Algo estaremos haciendo mal cuando prefieren votar a políticos que no gobiernan, que cierran el Parlament, que les mienten, que les roban o que refundan sus partidos cada 15 minutos, pero que se cuelgan el lazo amarillo. El conflicto político y social sigue ahí. Las soluciones, ni están ni se les espera.