Vino de mi cosecha
Como grupúsculos judíos
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP M. FONALLERAS
Como grupúsculos judíos
Jamás se había visto tanto sustrato independentista (o soberanista, o como se deba decir) y jamás había habido tanta dispersión de oferta. Mentira: el universo que clama por la independencia de Catalunya siempre ha sido convulso y fratricida, pero la novedad es que nunca había estado tan cerca de tener opciones (que las tiene, aunque sean menores, aunque solo sirvieran para afectar de manera lateral a los partidos establecidos), y nunca había habido personalidades que accedieran a lo que podríamos llamarmain streetde la actualidad política o social. La manifestación del 10 de julio se percibió por muchos como punto y aparte, como una fecha a tener en cuenta a la hora de iniciar la cuenta atrás hacia la independencia. Convertir ese clamor popular en una opción presentable fue (y es) una alternativa muy apetecible que todos los que de un modo u otro habían tomado posiciones claras y contundentes intentaron (e intentan) consolidar en torno a su programa. Y todos los demás, con más o menos contundencia y claridad, con más o menos ímpetu, han modulado su línea de actuación de acuerdo con un marco político que debe tener en cuenta el aumento del sentimiento de desavenencia con el Estado español.
La tormenta que se fragua este inestable agosto tiene mucho que ver con un célebre gag deLa vida de Brian, la película de Monty Python. Aunque parezca una parodia (y tiene muchos números para parecerlo), las disputas entre partidos, movimientos y agrupaciones independentistas responden a los mismos parámetros en que se movían los grupúsculos judíos que luchaban contra el dominio romano. El simple hecho de pertenecer a una facción (o a una fracción, para ser más exactos con el resultado matemático de la disputa) implicaba un odio visceral a la facción contraria, mucho más profundo y sentido que el odio hacia el imperio. El episodio llegaba al paroxismo cuando los rebeldes judíos se convertían, todos y cada uno, en una minúscula célula del movimiento que solo representaba la opción individual de quien era promotor y militante. El resto, todos los demás, revisionistas.
En algún lugar he leído, en defensa de la capacidad de dispersión independentista, que los que podríamos llamar españolistas también se presentan a las elecciones separados, y desde hace años. Es una excusa sin mucha consistencia que, primero, mete en el mismo saco opciones de muy distinta procedencia y con visiones muy distintas sobre el desarrollo del Estado de las autonomías; y, segundo, olvida la necesidad máxima que hoy en día tiene planteada la opción que desea la soberanía nacional de Catalunya: la unidad.
Visto desde fuera, el asunto se parece a la película que les decía o a un vodevil, con amantes traicionados, puertas que se abren y se cierran, malentendidos, conflictos sentimentales y egos que rozan el ridículo. Esquerra Republicana parece mirárselo todo como la dueña de la pensión que sabe que tiene las riendas del negocio, mientras que desde las filas de Reagrupament se quejan de las maniobras amatorias lanzadas a sus militantes por Solidaritat Catalana, convencida, a su vez, de tener la llave que abrirá todas las cerraduras. Hablo de vodeviles, que conste. La escena culminante llega cuandoLaportaguarda cola en la Seguridad Social para que lo visite el doctorCarretero,que no puede recibirlo en un despacho porque tiene que pasar consulta. Un escenario de clínica, en una comedia como esta, con batas blancas y estetoscopios, siempre funciona cara a la audiencia.
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