IDEAS

La primera gabardina de Pàmies

El último libro del escritor, tristísimo y divertidísimo a la vez, es alérgico a la nostalgia y trata de la muerte sin hablar de ella

Sergi Pàmies, la pasada semana en Barcelona.

Sergi Pàmies, la pasada semana en Barcelona. / JORDI COTRINA

Miqui Otero

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-No te preocupes –me dice el escritor veterano-. Pasa como con la cerveza, el sexo o los clásicos del Siglo de Oro: a nadie le sienta bien su primera gabardina. 

-¿Pero por qué? 

-Por dos razones: normalmente te la pones demasiado pronto y además suele ser heredada. 

-O porque la compras barata y de segunda mano –me atrevo a decir, rescatando mi primera vez, cuando jugué a Alain Delon en un Humana de Sant Antoni (parecía un bastardo del Inspector Gadget). 

-Y lo mismo sucede con lo primero que escribes o que publicas.

Abandono la escena del restaurante con un perplejo olor a fritanga: no solo pienso en lo que he escuchado, sino también en que cuando quiera explicarlo resultará poco verosímil decir que la charla ha discurrido frente a una fuente llena de gambas con gabardina. También recuerdo 'El cuento más bonito del mundo', de Kipling, en el que un aprendiz se reencuentra con un maestro días después de su primera conversación: “Llegó envuelto en citas ajenas, tal como un mendigo se hubiera investido con la púrpura de los emperadores”. Que es lo que acabo de hacer.

El último libro de Sergi Pàmies, tristísimo  y divertidísimo a la vez, es alérgico a la nostalgia y trata de la muerte sin hablar de ella

Hace un par de años escribí algo que aquí podría servir: muy a menudo nos sentimos como niños disfrazados de adultos en una función escolar de fin de curso. Es decir, todo nos va grande, especialmente crecer. Enjugándonos los mocos con las mangas exageradas, pisando las perneras demasiado largas de los pantalones, reímos demasiado en las escenas cómicas y lloramos demasiado histriónicamente en las tristes. Y lo mismo sucede con lo que escribimos.

Si rescato esto camino a casa para escribir mi columna, es porque he leído 'L’art de portar gavardina', de Sergi Pàmies. Un libro tristísimo, que demuestra que cosecha más empatía alguien que recibe un golpe y sigue triscando medio cojo que Neymar Jr (la diferencia entre el dolor y el melodrama). Un libro también divertidísimo, que habla de la necesidad de agradar a la madre para tomar conciencia de que las gabardinas jamás te caerán tan bien como a los hombres que a ella le gustaban. Un libro alérgico a la nostalgia, que define a la perfección la nostalgia como arqueología: investiga vestigios y los interpreta. Un libro de un autor que se siente solo, que es la forma de estar a solas con el lector. Un libro sobre la muerte que no habla de ella, sino de hacerse el muerto en un rodaje dirigido por tu hijo, que te sobrevivirá y que en ese momento, cuando realmente te sientes muy metido en el papel (esto es: así, como muerto), grita: “¡Sigan rodando!”. Un libro sobre el sentido de la vida, que no encontrarás en las sagradas escrituras, sino en una canción pizpireta: 'Make someone happy'. Hacer feliz a alguien, de verdad.

Los cuentos de Pàmies, perfectos como gabardinas o trajes a medida, donde nada tira de la sisa y no se le puede coger el dobladillo a párrafo alguno y cada adjetivo o cita es un complemento perfecto libre de ostentación, son serenas reflexiones sobre la soledad en invierno (en el de la vida, cuando te falta tanta gente; en el del año, cuando necesitas gabardina). Mezclan ficción y autobiografía, porque la segunda no se puede articular sin los mecanismos de la primera y la primera sería un fiambre sin destellos de la segunda. También las mezcla esta columna. Jamás he comido gambas con gabardina con Sergi Pàmies, aunque me habría encantado hacerlo: aborrezco esa receta viejuna, pero así habría aprovechado para decirle hasta qué punto me han emocionado sus relatos.