EL ÓRDAGO INDEPENDENTISTA

Colorín, colorado, este cuento no ha acabado

La nueva versión será más fantasiosa que la anterior: la república invisible será reafirmada por unas elecciones autonómicas

Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y Carme Forcadell, el pasado viernes 27.

Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y Carme Forcadell, el pasado viernes 27.

JORDI MERCADER

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Los independentistas de Casamance y tal vez también las gentes de Sine-Saloum, el refugio senegalés del solidario diputado Llach, ya lo sabían porque conocen el cuento que les conté hace 15 días. Para cruzar el río de la libertad nacional o te empapas hasta las cejas en la frías aguas de la revuelta o utilizas la barcaza constitucional. El 'procés' no podía acabar bien porque era falsa la vía de la sonrisa desobediente, los tuits graciosos y la legalidad paralela. De todas maneras, la idea del estado propio seguirá viva, porque es atractiva y potente, aunque su materialización vaya a exigir una paciencia descomunal o una osadía épica. Los dirigentes del independentismo no reunían ninguno de estas virtudes. El artículo 155, sospechoso de inconstitucionalidad, ha sido aceptado sin remedio, incluso por Carme Forcadell y Carles Puigdemont.

El Gobierno catalán fue cesado, el Parlament disuelto, las elecciones autonómicas fueron convocadas desde Madrid y los partidos del 'procés' van a participar en los comicios, aunque públicamente van a seguir en su nube republicana. No hubo milagro, las aguas no se abrieron y Catalunya está atrapada en una pesadilla. Colorín, colorado.  El balance en el mundo real es desolador: la calle dividida, las empresas en fuga, sus gobernantes electos procesados, incluso por una imaginaria rebelión, y la administración intervenida por unos cuantos subsecretarios. Se intuye que para los fieles lo más frustrante es el descubrimiento de tanta improvisación, el desconcierto de sus líderes y su retirada en toda regla. Las cosas pueden empeorar. El cuento no ha acabado, la nueva versión será más fantasiosa que la anterior: la república invisible será reafirmada por unas elecciones autonómicas.

La contradicción es monumental. Aceptar de facto una legalidad denunciada por ilegitima, pretendiendo consolidar una ilegalidad que seguirá siendo ilegal el 22 de diciembre, no parece la mejor manera de enfrentar una larga negociación política como la exigida por el conflicto catalán. El argumento es tramposo y atractivo, pero no precisamente para un tratado de ciencia política o un manual de derecho constitucional.

Sería imperdonable no reorientar la estrategia hacia una negociación real, hacia una reforma constitucional que abra las puertas a un nuevo pacto territorial

Un planteamiento retórico del independentismo sustentado en la negación del fracaso infunde poca esperanza de futuro. Hay un estado de derecho maltrecho por los excesos que incluso dirigido por un gobernante mediocre como Rajoy es perfectamente capaz de frustrar una intento de desobediencia tan ilusorio como ha sido el 'procés'. Repetir la jugada sería un regalo al unitarismo inmovilista del PP. Sería imperdonable desperdiciar la ocasión de reorientar la estrategia hacia la negociación real, hacia una reforma constitucional que abra las puertas a un nuevo pacto territorial en el que pelear por un verdadero reconocimiento nacional. En cuanto se supere la perplejidad colectiva por lo vivido, deberíamos emprender la reconstrucción de los puentes interiores y exteriores sin olvidar a Saint-Exupéry: "Caminando en línea recta, uno no puede llegar muy lejos".