Al contrataque

El colchón

ANA PASTOR

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La joven de la larga coleta negra lleva meses pensando en dar el paso. No es que sea la decisión de su vida pero supone un gasto importante que quiere hacer con cabeza. Tiene que renovar el colchón de la cama. No se trata de un capricho sino de un cambio necesario tras muchos años. Al final se anima y va a la tienda más cercana a su casa. La joven de la larga coleta negra habla bajito habitualmente, una mezcla de respeto y timidez con la que se dirige también a la dependienta. Esta la observa entrar y la despacha casi sin dejarla hablar. Cuando le cuenta que quiere un colchón, y pagarlo a plazos, le responde que necesita una copia de su contrato de trabajo. Ella no lo discute. Vuelve a casa, hace una fotocopia del contrato y regresa al día siguiente. Atraviesa el establecimiento con la carpeta en una mano y su bolso bien agarrado en la otra. Anda despacio y cuando llega a la caja sonríe. Saluda a la chica del día anterior y le recuerda su petición. La chica vuelve a observarla de la misma manera, de esa manera. Se gira en silencio sobre sí misma y se dirige al teléfono. Descuelga y marca. Habla en voz alta. La joven de la larga coleta negra escucha decir: «Española no, es inmigrante». Antes de colgar afirma: «De acuerdo». La dependienta deja el teléfono en su sitio y vuelve sobre sus pasos. «Mi jefe dice que no te podemos vender el colchón, lo siento». De nuevo, con respeto, timidez y hablando bajito, la joven afirma incrédula: «Pero me dijiste que podía comprarlo si te traía el contrato de trabajo». «Ya», responde, «pero mi jefe dice que no puedo vendértelo a pesar del contrato porque pueden despedirte mañana». Ella baja la mirada y piensa que también a la dependienta podrían despedirla mañana y, sin embargo, a ella no le pedirían papeles de ningún tipo si quisiera comprar un colchón. Lo piensa pero no lo dice. Coge la fotocopia de su contrato y se marcha. Se queda sin colchón. «No es española, es inmigrante», resuena la frase en su cabeza.

En el 2011 con la crisis arrasando ya nuestro país, en España un 13% de la población era inmigrante (en situación legal). Su contribución a nuestra economía está clara. Un dato: suponían el 10% de los afiliados a la Seguridad Social. Por contra, en ese año el gasto sanitario de extranjeros supuso solo el 5%. Sumaban y no restaban.  Son datos del  Instituto Nacional de Estadística. No eran españoles, no. Eran inmigrantes. Contribuyeron a crear riqueza en este país. Recuperaron nuestras bajas tasas de natalidad, ayudaron a sostener nuestro sistema de pensiones, alquilaron las casas vacías e incluso se metieron en hipotecas para comprarlas, cuidaron a nuestros hijos para mantener a los suyos, atendieron a nuestros mayores sin poder ver a los que dejaron en sus países, cultivaron el campo hacia el que mirábamos con desdén porque nosotros somos españoles y ese trabajo duro en el campo es para inmigrantes. Y a cambio... a cambio... no te vendo un colchón. Feliz 2014. O lo que sea.