Colau y la fobia antiborbónica
Si la alcaldesa fuese coherente estas deberían ser las últimas fiestas de la Mercè
Joaquim Coll
Historiador
JOAQUIM COLL / BARCELONA
Muy pocos lo sospechan y todavía ningún medio lo ha publicado, pero estas pueden ser las últimas fiestas de la Mercè. A la que Ada Colau sea mínimamente coherente con su discurso de la memoria histórica, y la coherencia es un valor del que le gusta alardear, la alcaldesa va a trasladar la fiesta mayor al 12 de febrero, día de Santa Eulàlia. Lo hará por la misma razón que ha defenestrado a la viuda de Alfonso XII, Reina Regente, del salón de plenos del Ayuntamiento: por fobia antiborbónica. En el asedio de 1714, el emblema de Santa Eulàlia, antigua patrona de la ciudad, fue el símbolo de la Barcelona austriacista. En esa época todavía no se había recuperado el uso de la bandera de las cuatro barras que hace el catalanismo en el siglo XIX. Como represalia política, la Virgen de la Mercè fue relevando a Santa Eulàlia como patrona principal, pues no era del agrado de las autoridades borbónicas. Hay que suponer que Colau, en su afán por reparar las injusticias, satisfacer el clamor popular, y lograr que Catalunya recupere la soberanía perdida, no se olvidará de este hecho capital.
Pero liquidar la Mercè por filoborbónica no garantiza reponer a la austracista Santa Eulàlia. Fíjense en lo que ha pasado con el nombre elegido para sustituir a la Reina Regente. Se trataba de responder a la “singularidad histórica de la capital catalana” con una figura de “alta representatividad” pública.
Muchos esperábamos que se pensara en un alcalde que hubiera dejado una obra importante e indiscutible, un nombre que se identificase espontáneamente con Barcelona. Pues bien, Carles Pi i Sunyer, que es la propuesta que será ratificada la próxima semana, apenas hizo de alcalde. Lo fue menos de dos años entre 1934 y 1937, de forma discontinua, y en medio de unas circunstancias generales desastrosas. Lo explica sus memorias. No pudo desarrollar ningún proyecto, ni dar satisfacción a las demandas sociales, porque la hacienda municipal estaba en quiebra y tuvo que dar prioridad a pagar las deudas. Su abandono para ocupar la conselleria de Cultura de la Generalitat, en junio de 1937, refleja la enorme desvalorización política que, en medio de la guerra civil, tenía ser alcalde de Barcelona.
Pero Colau quería reemplazar a la Reina Regente por alguien que fuera inequívocamente de izquierdas y nacionalista, elegido mediante sufragio universal de hombres y mujeres. La figura de Pi i Sunyer reúne esos atributos, aunque el último no sea mérito suyo, sino de la II República española. Elegirlo solo por eso es una broma que subraya el sectarismo de los comunes cuando se dedican a los asuntos de la memoria histórica. Borrar el nombre de la Reina Regente es un disparate sobre el que ya escribí meses atrás; pero si buscaban un alcalde de “alta representatividad”, reconocido ya por todos, lo tenían muy fácil: Pasqual Maragall.
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