Editoriales
El colapso de Vueling
Los viajeros no pueden ser rehenes de la negligencia de empresas que vulneran sus derechos más elementales
La clamorosa demostración de incompetencia protagonizada por la compañía aérea Vueling, que ha afectado en el inicio de la temporada estival a miles de viajeros especialmente en el aeropuerto de El Prat, no puede resolverse con la simple petición de «perdón» por parte de sus gestores. Los daños causados no pueden contabilizarse solo con escuetas cifras porque afectan a conceptos más intangibles de difícil mesura cuantiativa: ¿cómo se mide el estupor, la rabia y la indefensión de quienes ven arruinados de golpe sus planes laborales, familiares o de descanso por «problemas de operativa» de la empresa que había de facilitarlos? Moralmente eso no tiene precio, aunque la vía administrativa haya de dictaminar después las justas compensaciones económicas.
El grave incidente operativo de Vueling puede marcar el final de la política agresiva de expansión llevada a cabo por la anterior cúpula directiva y que ha empujado a la sociedad a actuar por encima de sus posibilidades al tiempo que triplicaba sus beneficios en el último año. Sometido a tantas revoluciones, el motor de Vueling ha fallado coincidiendo con gestores menos experimentados. Pero ahora la preocupación ya no solo se cierne sobre lo que ha pasado, sino sobre el futuro inmediato ante una temporada veraniega que exige las máximas prestaciones de las compañías aéreas.
Como no podía ser de otra manera, Vueling anuncia refuerzos en sus servicios y propósito de enmienda, pero ¿qué seguridad tiene el ciudadano de que el billete ya contratado le permitirá llegar a su destino a la hora y en el día previstos en las próximas semanas ? La empresa debe dar garantías al respecto y las administraciones velar por que se cumplan. Y aún quedan otras cuestiones de fondo para el futuro, como si debe El Prat seguir dejando en manos de Vueling el 40% de su cuota de mercado. El daño de este tipo de conflictos a la imagen de Barcelona no es poco y es una excelente oportunidad para los competidores turísticos.
No hay duda de que las compañías de bajo coste han sido un elemento de democratización del transporte aéreo. Pero también aquí hay líneas rojas. Entre ellas, y fundamentalmente, el respeto a los derechos de los viajeros, que no pueden ser rehenes de irresponsabilidades empresariales. No todo vale y la negligencia, sobre todo si insiste en el error, deberá ser castigada de forma ejemplar.
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