El contrapeso a la amenaza populista

Civilizar el capitalismo

El objetivo ha de ser articular un contrato social que reconcilie el sistema capitalista, la igualdad y la democracia

May conversa con el presidente chino Xi Jinping (fuera de imagen) durante un encuentro bilateral en la cumbre del G-20, este lunes.

May conversa con el presidente chino Xi Jinping (fuera de imagen) durante un encuentro bilateral en la cumbre del G-20, este lunes. / periodico

ANTÓN COSTAS

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El miedo va en aumento entre los defensores del actual orden económico y financiero internacional. Las dos últimas ocasiones en los que se ha podido oler ese miedo ha sido en la cumbre del G-20 -el grupo de 20 países más fuertes económicamente- celebrada hace poco en Hangzhou (China) el pasado septiembre y en la reunión anual del Fondo Monetario Internacional la semana pasada en Washington.

¿En qué consiste ese miedo? ¿Qué es lo que lo provoca? ¿Qué proponen para hacerle frente? La causa es el temor a que se venga abajo la globalización comercial y financiera vivida en las últimas décadas. Es decir, la libertad de comercio y de movimientos de capitales a nivel internacional. Y que, a la vez, se venga también abajo el orden político liberal. Un orden basado en el funcionamiento de sociedades abiertas y democracias pluralistas.

A los ojos de sus defensores, ese orden económico y político liberal parece ahora amenazado por las propuestas proteccionistas y nacionalistas de los movimientos sociales y de los líderes populistas que han surgido a ambos lados del Atlántico. Es decir, tanto en la periferia europea del capitalismo, como es el caso de España, como en su mismo núcleo: Estados Unidos y el Reino Unido.

CREAR UN NUEVO CAPITALISMO INCLUSIVO

Para evitar esa amenaza, el FMI, por boca de su directora general, la francesa Christiane Lagarde, advirtió contra las consecuencias económicas y políticas de un crecimiento demasiado bajo, durante demasiado tiempo. A la vez advirtió que la riqueza no se reparte por sí sola. Por su parte, la declaración final de la cumbre de Hangzhou llama a «civilizar» el capitalismo. Sucede, sin embargo, que las propuestas no van más allá de afirmar que hay que crear un nuevo «capitalismo inclusivo».

En todo caso, ¿es posible civilizar el capitalismo? Sus detractores creen que no. Consideran que la desigualdad en la distribución de la renta y de las oportunidades está en el propio ADN del capitalismo y no se puede modificar. En esa línea de pensamiento están los movimientos populistas surgidos en los últimos años en la mayoría de los países desarrollados. Sus propuestas son el proteccionismo comercial y el nacionalismo económico.

Sin embargo, pienso que hay espacio de maniobra entre el anarcocapitalismo cosmopolita de las últimas décadas y el nuevo populismo proteccionista y nacionalista. Para verlo únicamente hace falta volver la vista atrás. En concreto, al período que va entre la segunda guerra mundial y los años 70. En esas cuatro décadas se consiguió articular un contrato social que reconcilió capitalismo, igualdad social y democracia política.

UN CONTRATO CON TRES PILARES

Ese contrato social estuvo basado en tres pilares: 1) La regulación keynesiana de la macroeconomía; 2) Los impuestos progresivos, las políticas sociales de protección contra riesgos personales y sociales (salud, desempleo, pensiones) y las políticas de igualdad de oportunidades (educación); y, 3) Un orden comercial y financiero internacional liberal sensato, con fuertes restricciones a la libre movilidad de capitales. Todo mejoró en esos años. Fue un capitalismo inclusivo.

A mi juicio, lo que ahora está amenazado no es la globalización en sí misma, sino el tipo de anarcocapitalismo desregulado y global que vino a sustituir a partir de la década de los 80 al capitalismo inclusivo de la posguerra. Un anarcocapitalismo sin contrapoderes sociales ni políticos de ningún tipo, que a lo largo de las últimas décadas ha operado en beneficio de las grandes corporaciones multinacionales y de una élite cosmopolita que no se siente vinculada al contrato social nacional.

Si de verdad se quiere salvar el orden económico y político liberal nacido en la posguerra hay que preocuparse menos por la desglobalización (y por la integración europea) y más por reconstruir el contrato social nacional. No hay que perder de vista que el populismo responde a una causa real: la pérdida de ingresos y el deterioro de las condiciones de vida y de oportunidades de una buena parte de la sociedad. Un deterioro que, por cierto, se inició con ese anarcocapitalismo.

El objetivo de civilizar el capitalismo consiste en volver a reconciliar capitalismo, igualdad y democracia. No es una tarea fácil ni rápida. No solo hay que cambiar las políticas. Hay que luchar contra los intereses de las grandes corporaciones globales y de esa élite cosmopolita desconectada del resto de la sociedad y renuente a pagar los impuestos. Pero también con las teorías económicas que les han dado soporte. Pero de esto hablaremos otro día.