El Epílogo
Civilización o barbarie
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT Sáez
D icen algunos que el debate sobre la prohibición del burka que recorre los ayuntamientos catalanes es artificial. Lo dudo. Normalmente, para saber qué pasa en nuestra sociedad no hay mejores analistas que los alcaldes, los maestros y los curas de pueblo. Si consistorios de diverso signo político abren el melón del uso del velo integral en los espacios públicos será porque existe alguna inquietud entre sus convecinos. Bastantes problemas da la crisis económica como para buscarse conflictos gratuitos.
Evidentemente, lo que preocupa a los ciudadanos y a sus ediles no es la indumentaria de la gente. Nadie plantea mociones sobre la altura de los vaqueros ni la generosidad de los escotes. La preocupación gira en torno a los límites de la convivencia intercultural. El respeto a la diversidad o a la tradición tiene el límite de los derechos humanos. Ese es el mensaje que pretenden lanzar los alcaldes. Nadie puede ampararse en su condición de extranjero para pedir tolerancia ante la violación de los derechos individuales de mujeres, varones o menores. No se trata de una supuesta superioridad de unas culturas sobre otras, sino de la progresiva depuración de los restos de barbarie adheridos a todas las tradiciones culturales.
Derechos y obligaciones
Felipe González dijo el jueves que es el momento de hablar de obligaciones al mismo tiempo que se habla de derechos. Es la receta que han aplicado alcaldes como Ros y Ballesteros. Y la que promueven desde tiempo atrás personajes tan dispares como Montilla y Pujol. El problema para muchos ciudadanos no es el pañuelo de la vecina, sino la aparente permisividad de la sociedad democrática ante prácticas culturales que no se han desprendido de la barbarie.
Los alcaldes nos han puesto sobre la pista del verdadero reto, pero es evidente que la solución traspasa los límites de la autonomía local. Ha llegado el momento de que los parlamentos asuman la responsabilidad que les corresponde sin miedos ni tapujos. Detectar los problemas cuando son incipientes no es electoralismo, sino un ejercicio democrático.
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