BARCELONA

La ciudad y las ratas

La reaparición de unos cuantos roedores alerta de disfunciones en el servicio de limpieza o en la actitud descuidada de vecinos o forasteros

Una rata parda

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Jordi Mercader

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Las ratas nunca se han ido de Barcelona ni de ninguna otra ciudad, son indisociables a las aglomeraciones urbanas; simplemente, en un momento histórico, cuando la higienización se impuso como política de supervivencia de la especie humana, los malditos roedores fueron expulsados de la superficie que durante siglos habían compartido con los ciudadanos y arrojados al reino del alcantarillado subterráneo, so pena de aniquilación en cuanto asomaran su repelente hocico por las rejas del desagüe.

En este equilibrio impuesto a fuerza de matarratas, han conseguido sobrevivir, al igual que sus primos lejanos los ratones, estos infinitamente más simpáticos y espabilados a ojos de la gente gracias a una literatura infantil muy favorable. La existencia de ratas en Barcelona, pues, no es atribuible directamente a Ada Colau y eso ya es mucho decir, en este verano aciago en que todo parece haberse girado en contra de la alcaldesa, desde los independentistas, a los constitucionalistas, los antituristas, los guardias urbanos e incluso los manteros.

Son sinónimo de lo peor, de la enfermedad, de la suciedad, de la maldad, de la avidez, de la bajeza moral; ratas las hay en los barcos, en la política, en el crimen organizado, en el periodismo, entre la curia eclesiástica, en las comisarías, en cualquier lugar en el que pueda desarrollarse la perversidad. Pero esto es solo metáfora de unos mamíferos que, en realidad, son la quintaesencia de la timidez, de la discreción, tal vez como método sobrevenido de supervivencia tras ser declarados el enemigo público número uno de la salud y ser estigmatizados por su protagonismo en la divulgación de las pestes medievales.

La reaparición de unos cuantos ejemplares en superficie aviva la aversión desarrollada por los humanos ante dicha especie, pero, sobre todo, alerta de la existencia de alguna disfunción en el servicio de limpieza o en la actitud descuidada de algunos vecinos o forasteros, o de ambos a la vez. Estas excursiones temerarias en búsqueda de contingentes de basura descontrolados no parecen ser síntoma de una capacidad de reconquista de lo que en un tiempo fue suyo, solo es un recordatorio de su existencia real, más allá de la atracción de los autores de ficción por la ciudad y las ratas, un título potente, repetido más de una vez y de dos.

No hay censos de ratas, solo unos miles de denuncias anuales por hacerse visibles, seguramente una nimiedad comparada con la población real de roedores pardos o negros que habitan en los bajos fondos urbanos. En algún momento no demasiado lejano, las ciudades decidirán explotar su subsuelo para algo más que el paso del metro o las conducciones de las aguas negras y potables, aquel día comenzará una nueva batalla para expulsar las colonias de ratas de sus dominios, aprovechando el espacio liberado para instalar edificaciones públicas, oficinas, centros sociales y deportivos que estorban al mercado inmobiliario. Para seguir viviendo separados, deberemos enviarlas al infierno.

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