La ciudad lineal

JENN DÍAZ

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Menchu Gutiérrez vino al CCCB a hablarnos del tiempo: de su elasticidad, de su complejidad y de lo fascinante que hay en él. Antes de su charla estuvimos comiendo con ella periodistas, escritores y gente relacionada con el mundo editorial barcelonés en un rinconcito del centro cultural. Fue aquel día, en aquel encuentro, cuando conocí lo que es la ciudad lineal: Arturo Soria quiso para una zona de Madrid un concepto que pretendía la perfección -ruralizar la ciudad y urbanizar el campo. Menchu Gutiérrez vivió su infancia en una de aquellas casas de la capital pensadas para una vida sana, cómoda. Una ciudad jardín, como la de las novelas de Mercè Rodoreda, que unía Barcelona con los jardines llenos de flores y se hacían indispensables entre ellos.

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Parece perfecto, para una escritora como Menchu Gutiérrez, haber crecido en un espacio creado. Después, ella misma crearía otros igual de excepcionales: como el faro, como un pueblo a las afueras del mundo donde no hay demasiada cobertura... lugares donde vivir despacio, al margen. Porque si en algo es especialista Menchu es precisamente en la creación de espacios, y lo tuvimos claro en aquella comida en el Macba: también allí, entre paredes blancas y techos altísimos, nos vimos sin esfuerzo inmersos en su universo. Se habló de poesía, de prosa poética, de recogimiento, de faros, de niebla, del tiempo, de vocabulario. Se habló de lo que forma parte del imaginario de un escritor, y todos nos sentimos parte de aquel imaginario: cada uno de nosotros parecíamos tener, aunque no hubiéramos reparado en ello hasta encontrarnos con Menchu, alguna relación con lo suyo: nos amistamos con la blancura de la luz, la ferocidad de la prisa, la densidad de la niebla, la espesura o la ligereza del tiempo.

De lo que más hablamos -por contradictorio que parezca- fue del silencio, de practicarlo. Parece imposible que todos hayamos olvidado lo que es el silencio, la meditación, la soledad, lo místico, viviendo en el mundo que vivimos. El creador, sin embargo, y hablaba de ello Marguerite Duras en 'Escribir', debe habituarse a ese silencio, reconocerlo sin esfuerzo: es su soledad, la concentración necesaria. El silencio, ese intruso. Tiene sentido que para María Zambrano lo que no se puede decirse, sea lo que se tiene que escribir. 

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