La rueda
Churro, mediamanga, mangotero
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
La gente de mi década, los que tenemos entre 40 y 50 años, andamos un tanto descolocados desde la cuna. Fuimos la última infancia que jugó en la calle: las gomas, el corre que te pillo, las canicas, el fútbol («no chutes ahora, que pasa una señora»). Una niñez de padres esforzados, lentejas a manta, algún diente roto y polvos de azol. Si el árbol talado confiesa la edad en los círculos concéntricos que se le dibujan en el tronco, nuestros estirones -pocos, en mi caso- se delataban en las rayas blancuzcas que asomaban cada invierno en el dobladillo del pantalón de pana. «Niña, estudia»; «niño, que te estás ganando un pescozón».
La gente de mi década también se ha visto obligada a coquetear desde siempre con la invisibilidad, quizá porque la generación precedente -los hermanos cincuentones, para quien los tenga- brillaba demasiado. La sombra de los cracks es alargada. Nos han dejado poco margen a los que veníamos detrás. No hacíamos mucha falta y nos hemos quedado en eso, en un banquillo prieto, obediente, muy trabajador -eso sí-, siempre a la espera de que pasen las dos horas de rigor para meternos en la piscina de nuestro momento. Quién sabe si la explicación radica en que mientras ellos, los cincuentones largos, corrían delante de los grises en las manifestaciones del franquismo, nosotros permanecíamos en casa con los deberes, la merienda y Los Chiripitifláuticos en blanco y negro. Ellos, al menos, lucharon duro.
El domingo hay elecciones, y aunque el desencanto político que se respira es transversal, yo solo me atrevo a hablar de los míos. Los de izquierdas, desengañados y sin norte; los conservadores, avergonzados de los gestos de una derechona marrullera y torpe; los nacionalistas, aturdidos por la deriva que se les viene encima.
Tal y como se presenta el patio este domingo, será mejor que los de mi horquilla nos quedemos jugando en la calle, como entonces, hasta que nos llamen a comer. Y el último en saltar que decida a quién tenemos que votar o si lo hacemos en blanco. Churro, mediamanga, mangotero, adivina lo que tengo en el puchero.
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