Al contrataque

Choque de tranvías

El tranvía, como cualquier otra cosa, es indisociable de la ideología. Dime sí o no al tranvía y te diré quién eres

Un tranvía circula por delante del DHub, en la plaza de las Glòries.

Un tranvía circula por delante del DHub, en la plaza de las Glòries.

ERNEST FOLCH

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La eterna discusión sobre el tranvía vuelve como un bucle freudiano que Barcelona tiene pendiente consigo misma. Vuelve la discusión con nuevos argumentos, pero con el mismo fondo de siempre, porque en realidad todo este asunto no ha ido nunca sobre un tranvía sino sobre dos visiones opuestas de la ciudad que, estas sí, se parecen mucho a un choque de trenes, o mejor dicho, de tranvías.

El nuevo consistorio decidió desde el primer momento resucitar el tranvía, y el anuncio de un estudio que permitiría unir los dos tramos por la Diagonal ha reabierto heridas tan viejas como aparentemente incomprensibles. Porque no se sabe muy bien quién puede oponerse a unir dos infraestructuras, unión que, cierto, costará 100 millones adicionales más, pero que servirá para completar y dar sentido a los otros varios centenares de millones gastados anteriormente.

Para oponerse a la iniciativa se esgrimen motivos económicos, aunque parece probado que las finanzas del ayuntamiento están hoy capacitadas para abordar una obra de esta dimensión. Se esgrimen motivos de comodidad, por las molestias que sin duda causaría a los vecinos, aunque nada se decía de estas molestias cuando las obras afectaban a otros barrios de la ciudad. Y hasta se esgrime que Barcelona ya había dicho 'no' en un referéndum, sin tener en cuenta que aquella consulta ya se cobró la cabeza del alcalde que la convocó y que la obra sometida entonces a votación estaba planteada en términos muy diferentes al proyecto que ahora se estudiará.

FLORES CON IDEOLOGÍA

Pero no ha sido hasta que se ha visto que el ayuntamiento actual iba en serio con el proyecto cuando ha aflorado el verdadero argumento de la obra: la unión del tranvía, acusan algunos, es un proyecto «puramente ideológico», como si la ideología fuera mala en sí misma y como si pudiera haber proyectos de ciudad que no fueran ideológicos. Porque decidir si una plaza es dura o con flores es ideología. Priorizar poner aceras en un sitio o en otro es ideología, e invertir dinero público en una carrera de fórmula 1 es ideología, tan legítima como cualquier otra, pero tan ideológica como cualquier otra. Y unir el tranvía, efectivamente, es pura y maravillosa ideología, sí: la ideología que defiende aprovechar las infraestructuras ya realizadas, la que no prioriza las inversiones en función de la renta per cápita del barrio afectado, la que no cede ante lobis, algunos de los cuales tienen la sede en la parte que quedaría afectada por las molestias de las obras de la unión de los tranvías, y la que quiere potenciar el transporte público en detrimento del coche, como sucede ya desde hace años en grandes capitales como Londres y París.

Pues claro que sí: el tranvía, como cualquier otra cosa, es indisociable de la ideología. Dime sí o no al tranvía y te diré quién eres.