El cambio de valores sociales

Chonis y quillos

Quillos y chonis son los primeros que desean disociarse de la etiqueta. Se afanan, como casi todos nosotros, por parecer lo que no son: ricos, sofisticados, en definitiva, poderosos.

Montse, cuarta expulsada de 'Gran Hermano 17'

Montse, cuarta expulsada de 'Gran Hermano 17' / periodico

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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¿Qué fue de la clase obrera? A lo mejor es que ya no existe. Tal vez el término esté obsoleto, incluso sea camp. Quizá hoy la polarización económica nos haya reducido a dos clases: ricos y pobres, ambas con gente de todo pelaje y procedencia. Lo que parece evidente es que la cultura de la clase trabajadora, la cultura popular, esa que idealizaban desde el costumbrismo, la zarzuela, los sainetes pasando por gran parte de un cine español que se dio en llamar españolada, hasta el cine italiano o el de Kieslowski, Wajda y otros grandes directores también del cine clásico americano, ha pasado a mejor vida.

No ocurre solo aquí. En el año 2012 el británico Owen Jones publicó 'Chavs' un ensayo en el que explica cómo y por qué la clase trabajadora ha pasado de ser la sal de la tierra a la escoria y a provocar rechazo y escarnio. En España la situación no es muy distinta a la del Reino Unido. Quillo o choni son términos que escuchamos con frecuencia. Así describen los jóvenes bien a quienes no son 'tan bien', porque no pertenecen a su clase. «Fulanita es un poco choni» o «Zutanito es un quillo» significa que no son como nosotros y conviene evitarlos. Eso no tendría nada de particular. Nuestro país ha tenido históricamente una fuerte división en clases sociales; los ricos siempre han tenido calificativos para los pobres y pocas ganas de mezclarse con ellos. Lo grave es que hoy esos quillos y esas chonis son los primeros que desean disociarse de la etiqueta. Se afanan, como casi todos nosotros, por parecer lo que no son: ricos, sofisticados, en definitiva, poderosos.

SÍMBOLOS EXTERNOS DE RIQUEZA

¿Y cómo se adquiere ese aura de prestigio? Exclusivamente mediante el consumo de símbolos externos de riqueza. Aunque para alcanzarlos haya que sacrificar cualquier otra necesidad, es imperioso poseer tal coche, tal modelo de móvil, de ropa, zapatos, tal corte de pelo... No es requisito el adquirir conocimiento, sino que el valor por el que se juzga al prójimo es el dinero, de hecho el conocimiento es una pérdida absoluta de tiempo. Ni da prestigio, ni da dinero.

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Ser choni o ser quillo es cargar con un estigma que nos perjudica, es ser un personaje caricaturesco en los 'realities' y otros programas de televisión. Dignos de mofa, se exageran sus carencias y pretensiones al mismo tiempo que se divulga y ratifica el modelo. Hay quillos y chonis que acumulan pequeñas fortunas como opinadores o protagonistas de espacios televisivos. Y el dinero es el único objetivo en un mundo en el que precio y valor se confunden y el único valor de las cosas es si su precio es alto, no si ese precio se adecúa a su coste real o su utilidad.

Pero haber perdido la conciencia y el orgullo de clase, además de triste, es catastrófico para esa clase. Los valores tradicionales asociados a los trabajadores, la perseverancia, la tenacidad, la habilidad en el desempeño de un oficio, la sencillez, la austeridad, el sentido común, la solidaridad, son cualidades en declive. Han transmutado en el dinero y sus muestras externas. Saber que se pertenece a una clase social determinada, es saber que hay otros en el mismo barco, que lo que a ti te ocurre no es individual, sino estructural y que hay posibilidades de cambio si se forjan alianzas.

Por el contrario, divulgar la idea de que pertenecer a la clase trabajadora es un síntoma vergonzante de fracaso personal y moral, tiene el efecto de desactivar toda reivindicación colectiva puesto que pone la responsabilidad de las dificultades vitales sobre el individuo y no sobre el conjunto de la sociedad. Desactivar la fuerza de lo colectivo es muy ventajoso para quienes se niegan a bregar con reivindicaciones de mejora social y defienden políticas neoliberales.

LOS VALORES DE CLASE

Por supuesto existe un contrapunto al desprestigio de la clase obrera: el macarra, el hortera que acentúan su pertenencia a un grupo que se siente marginado y despreciado por las élites. Es una forma de enfrentarse a ellas poco productiva, pero que constituye un empeño en resistir a la asimilación a quien te rechaza. Es improductiva porque ni quiere, ni aprovecha, ni profundiza en los valores de su clase.

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Nadie abandera hoy los valores de la clase trabajadora, salvo, eso sí, los artistas. Escritores, cineastas, artistas plásticos, músicos nos dan muestras constantes de su importancia, los reivindican. Es una pena que muchos chonis y quillos no accedan a esos relatos porque en la cultura, como en todo lo demás, también se ha impuesto la desigualdad. Se sentirían reivindicados y posiblemente empoderados. Tienen mucho más que ofrecer de lo que por ahí se cuenta.