El chivo expiatorio

Ya puede verse en Internet la entrevista que el venerableCharlie Rose, una institución de la televisión pública norteamericana, le hizo hace días aJohn Galliano, el modista gibraltareño caído en desgracia a raíz de unos comentarios antisemitas pronunciados en un más que evidente estado de embriaguez. Una vez vista, se llega a la conclusión de queGalliano es el mejor actor del mundo o un pobre chaval que las ha pasado canutas en un mundo hostil. Yo me inclino por la segunda opción porque siempre tuve la impresión de que la industria de la moda lo utilizó como chivo expiatorio para poder seguir explotando discretamente en sus cochambrosos talleres del tercer mundo a la clase obrera local. Nadie salió en su defensa; por el contrario,Gallianofue entregado a la sociedad para no dañar las cuentas de resultados.

Ahora el hombre intenta salir a flote y pide una segunda oportunidad. Se la merece.Galliano no es tan solo un diseñador delirante cargado de talento, sino también un tipo con sentido del humor -fácilmente emparentable en ese aspecto conGaultiero el difuntoMoschino- en un entorno en el que imperan las cacatúas pomposas como Valentino, el hombre de color naranja, oKarl Lagerfeld, el estricto dominante con cuellos de camisa a lo Mortadelo. Puede que ninguna mujer reúna el valor necesario para lucir sus modelitos, pero sus desfiles eran un espectáculo colosal, su aspecto de mamarracho apayasado resultaba muy divertido y su frivolidad inteligente proclamaba a los cuatro vientos la inútil belleza de su oficio.

Con la cara lavada, la ropa discreta y la expresión compungida -típica de quien ha tocado fondo- con las que aparece en el programa deCharlie Rose, John Galliano resulta un personaje conmovedor que ni siquiera recuerda lo que dijo. ¿Cómo va a ser nazi un tío bajito y de aspecto agitanado al que los nazis habrían enviado a Auschwitz? El hombre al que vemos en la pantalla solo es un ser atónito y perdido que intentó aguantar la vida sumergido en alcohol y que un poco más y se ahoga.