La estrategia del gigante asiático

China juega sus cartas en Oriente Próximo

Pekín ha puesto en marcha un juego de equilibrios con el que garantizarse el suministro de petróleo

GEORGINA HIGUERAS

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China tiene claro que el aprovisionamiento inalterable de petróleo es una de las claves para garantizarse un crecimiento estable. Esta premisa está transformando su política exterior en Oriente Próximo, región donde compra más de la mitad de sus importaciones de crudo. Pekín, siempre renuente a implicarse en los asuntos internos de otros países, ha comenzado a tomar posiciones en ese complicado escenario. El nombramiento, en septiembre pasado, de Gong Xiaosheng -un experto diplomático especialista en el conflicto israelo-palestino- como enviado especial para Oriente Próximo revela la voluntad china de implicarse en la zona.

A diferencia de Estados Unidos, que suele apostar por una política de bloques con socios firmes como Israel o Arabia Saudí, Pekín ha puesto en marcha un juego de equilibrios con el que pretende jugar con todas las piezas del ajedrez en uno de los tableros más complicados del mundo. Por un lado es el principal socio comercial de Irán, y por otro ha estrechado considerablemente los lazos con Arabia Saudí y los países del Golfo. Uno y los otros serán miembros fundadores del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, la institución financiera creada por China paralela al Banco Mundial.

Ha sido y es uno de los principales apoyos de Palestina. Pero uno de los aspectos más secretos y sorprendentes de las maniobras chinas en Oriente Próximo es la cooperación militar y de intercambio de información con Israel, país al que solo reconoció en 1992.

POLÍTICA EXTERIOR COMPROMETIDA

Los pasos chinos en Oriente Próximo se multiplican, no solo por el incremento exponencial de sus relaciones comerciales con casi todos los países sino por decisiones estratégicas que revelan una política exterior más comprometida. El pasado diciembre ofreció a Irak -uno de sus suministradores de crudo- apoyo militar en los bombardeos contra el Estado Islámico. Poco antes entregó a EEUU diez millones de dólares para ayudar a los desplazados iraquís por la violenta irrupción yihadista. Un año antes, China, por primera vez en su historia, envió a Malí una unidad de combate de 170 hombres para unirse a la coalición internacional que luchaba contra el terrorismo islámico.

La sed china de oro negro no para de crecer. En diciembre sus compras alcanzaron los siete millones de barriles diarios, lo que supone el 60% del total de su consumo. Y mientras más se implica Pekín, más se desengancha de la zona EEUU, que con la producción de petróleo y gas de esquisto no solo comienza a autoabastecerse sino que muy pronto se convertirá en exportador. Es evidente que Pekín no tiene capacidad militar ni económica para sustituir a Washington como principal garante de la seguridad de los intereses occidentales en la zona, pero su posición es cada día más sólida. En marzo pasado envió buques de guerra a Yemen para repatriar a sus ciudadanos y sacar de ese avispero en llamas a 230 trabajadores extranjeros, la mayoría paquistanís, pero también italianos, alemanes, polacos y de otros países.

Pekín, que ha hecho del crecimiento económico la justificación del Partido Comunista (PCCh), tiene una doble preocupación: garantizar la producción de sus suministradores y del transporte de sus adquisiciones. De ahí su interés en pacificar el mundo árabe, incluida Libia, donde tenía jugosos contratos, y Siria, para la que presentó sin éxito un plan de paz.

EL ESTRECHO DE MALACA

En cuanto al transporte del crudo, China aprendió la lección del bloqueo impuesto por EEUU a Japón durante la segunda guerra mundial y está empeñada en fortificar y diversificar sus vías de aprovisionamiento para evitar un estrangulamiento en el estrecho de Malaca. En la actualidad, el 80% del petróleo que importa le llega a través de esa ruta, un largo pasillo entre la península Malaya y la isla indonesia de Sumatra que en su punto más angosto no alcanza 2,8 kilómetros de anchura. Por el estrecho de Malaca, que une el Índico con el mar del Sur de China, circula un cuarto del comercio mundial, incluidos más de 15 millones de barriles de petróleo al día.

Para fortificar ha triplicado su número de destructores y fragatas y se ha dotado de submarinos nucleares, su primer portaviones y misiles balísticos antibuque con los que pretende responder a la supremacía estadounidense en la zona. Para diversificar ha firmado numerosos acuerdos con Rusia y otros países de Asia Central para la apertura de gasoductos y oleoductos que lleven la energía directamente a China. De igual forma, abrió en enero una conducción de gas y petróleo proveniente de Myanmar y en abril acordó con Pakistán financiar la ampliación del puerto de Gwadar y la carretera que lo unirá a la ciudad china de Kashgar.

En la estrategia china, todas las piezas cuentan y cada una tiene un cometido con el que el gigante asiático engrasa su potente maquinaria económica.