Peccata minuta

'Ceci n'est pas une pipe'

La imagen real (de rey, no de realidad) solo es tinta sobre papel

Los diputados de la CUP rompen fotos del Rey en el Parlament

Los diputados de la CUP rompen fotos del Rey en el Parlament / periodico

JOAN OLLÉ

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El pintor belga René Magritte pintó en 1929 Ceci n'est pas une pipe, un lienzo que, más que pintura, es todo un tratado sobre lingüística. En él vemos la forma y el color de una pipa perfectamente imitada de la realidad, pero, debajo de ella, la inscripción que da título al cuadro desmiente su condición de pipa, ya que no podemos desprenderla, llenarla de tabaco, prenderle fuego y disfrutar de su humo ni de su olor. No: la mentirosa pipa solo son unas certeras pinceladas hábilmente esparcidas sobre la tela.

También en el territorio de la religión se producen malentendidos de este tipo, ya que lo que algunos aseguran que es el cuerpo de Cristo, para otros se trata de una finísima y redonda lámina de pan ácimo sin ningún tipo de valor añadido. En el colegio de los salesianos de la calle Rocafort, un compañero mío, debido a un inoportuno ataque de tos, expulsó por la boca una hostia a medio engullir, que acabó en el suelo; el pan fue rebendecido mil veces, y el alumno, castigado.

Tal vez debido al origen divino de las monarquías resulta que, en pleno siglo XXI y en España, rasgar o quemar una imagen de Felipe VI puede condenar al autor a las llamas del infierno, o, en su defecto, a una pena de cárcel de seis meses a dos años. ¿Estamos definitivamente locos? ¿Conservamos aún intactas las pulsiones inquisitoriales contra lo presuntamente sagrado? Entendería muy bien que si alguien quemase o rasgase en pedazos al Monarca --o a cualquier persona o animal--, la ley actuase de inmediato contra el agresor; pero de la misma manera que la pipa de Magritte es pintura y la hostia consagrada apenas una pizca de pan, la imagen real (de rey, no de realidad) solo es tinta sobre papel.

Piromanía y fetichismo

Por Sant Joan adornamos nuestra azotea con banderitas de papel de muchos países, rojigualdas y estelades incluidas -ya que así las dispensan en los comercios-, que acaban indefectiblemente ardiendo en la pequeña hoguera sobre la que luego saltamos para procurarnos un buen solsticio. ¿Debemos temer por la presencia de la guardia de asalto y la posibilidad de pasar el día de mi santo patrono entre rejas? ¿Puedo quemar impunemente imágenes de Trump, Rajoy, Forcadell o el rey de bastos en mi verbena?

Aunque mi piromanía se limite a la citada noche de junio y a encender cigarrillos, entiendo y apruebo --siempre que tomen las medidas pertinentes, no quemen bosques ni gasolineras y luego recojan las cenizas-- que algunos fetichistas se lo pasen de lo lindo pegando fuego a pedazos de papel ilustrados con imágenes de quien más les apetezca. Lo más triste de todo es que parece que el tiempo corra hacia atrás. Y que algunos magistrados no sean otra cosa que antiguos, casposos y torturados padres salesianos que han sustituido la sotana por la toga.