El turno

A la caza del no-lector que compra libros

NAJAT EL HACHMI

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Si estos días se encuentran con un escritor, comprobarán que en vez de hacer cara de merecidas vacaciones más bien exuda un nerviosismo de precampaña. Y no solo en quienes nos dedicamos a escribir, sino también en todas aquellas personas involucradas de una forma u otra en la creación, edición, distribución, venta y promoción de libros verán de todo en los rostros menos descanso primaveral. Es una de las consecuencias del Sant Jordi de este año.

También es posible que si tropiezan con alguna de estas personas, la conversación no deje de girar precisamente sobre esta alineación de estrellas y en cómo esto puede afectar a los compradores de libros. Que no a los lectores. Porque si una cosa está clara es que Sant Jordi no es para homenajear al lector constante: quien ama los libros lo hace el resto del año. Pero estos días lo juntamos todo: los lectores verdaderos y reales con los circunstanciales que quizá compran o reciben un libro en 365 días. A estos segundos es a quienes se tiene que deslumbrar con estratagemas de ilusionista (que no de estafador) con la finalidad última de conseguir que pase de poseedor temporal a fiel lector. Ahora el debate ya no es si el libro tiene que ser buena o mala literatura, de escritor o de autor mediático (¿recuerdan los años en que no se hablaba de otra cosa?), en castellano o en catalán, digital o no. Sí, la Semana Santa ha dejado en un segundo término todos estos debates. La preocupación es que las ventas se vean afectadas por el calendario. Pero seamos un poco optimistas-realistas: ¿en qué otro lugar del mundo hay una celebración colectiva del placer de leer como se hace en este país? ¿En dónde, además de aquí, se da la oportunidad de un encuentro entre los que escriben y los que leen? ¿En dónde el amor se celebra con un regalo de tanto contenido como el libro? Compárenlo con otras festividades foráneas y verán que, de hecho, somos muy afortunados.