Dos miradas

Cavidades

En materia sexual, que cada uno haga lo que quiera mientras no haya violencia ni estupro ni violación de los derechos fundamentales

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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En una escena de Grandeur natureMichel Piccoli duerme en la cama con su amada compañera. El dentista, hombre con tendencia a la infidelidad y las excursiones extraconyugales, está en casa de su madre, que entra en la habitación y se sorprende (pero no mucho) al comprobar la naturaleza de la amante que yace con su hijo. Es una muñeca. Le pregunta cómo se acuesta con una cosa como esa y Piccoli le contesta que es un flotador y que le hace compañía. La madre dice: «¡Qué barbaridad; no sé dónde llegaréis en París!». Y el hombre responde: «Algo hay que hacer para divertirse».

Con todo esto quiero decir que las relaciones entre muñecas hinchables y humanos no son ninguna novedad: determinados señores tienen contacto sexual con señoras que no lo son sino que son muñecas. Tú, que cada uno haga lo que quiera mientras no haya violencia ni estupro ni violación de los derechos fundamentales, mientras nadie se aproveche de nadie. El mundo es como es y ahora resulta que la muñeca de Piccoli se ha vuelto polímeros y caucho y se ha convertido en casi real, casi auténtica, «totalmente realista», como anuncia la propaganda de este prostíbulo que se llama LumiDoll y que ofrece «satisfacer fantasías sin límites». Sin quererlo, sin embargo, el establecimiento describe con una sola palabra la esencia del sexo como comercio. Dice: «Todas las muñecas, como todas las mujeres, tienen cavidades: oral, vaginal y anal». Cavidad, es decir, espacio vacío. Algunos creen que tienen el derecho a llenarlo. 

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