La rueda
El catarro como fenómeno sociológico
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA Merino
Con los cambios repentinos de temperatura acabamos de inaugurar la temporada de los resfriados, las repugnantescouldinas, el festival de equinácea y otros remedios de herbolario. Solo algunoscrackscomoMessison capaces de jugar bien con un trancazo encima, mientras el resto de los mortales debemos limitarnos a cubrir el expediente. Incluso el inmensoFrank Sinatrase hundía en un estado de angustia, mala uva y profunda depresión cada vez que cogía un constipado, aunque solía macerarlos en las barras de los bares con un vaso debourbonen una mano y un pitillo en la otra. «Sinatracon catarro esPicassosin colores o un Ferrari sin gasolina, solo que peor», escribió el periodista norteamericanoGay Taleseen un perfil deLa Voz que bordó en 1965 para la revistaEsquire.
En el arrebato demoscópico que nos ocupa -y lo que te rondaré-, si alguna de las empresas que se dedican a pulsar la opinión de la calle hiciese un sondeo sobre el estado vírico de la población, sospecho que los acatarrados gobernarían por mayoría absoluta. El resfrío es un fastidio: el afectado no está lo bastante roto como para pedirse la baja, pero tampoco está al cien por cien de rendimiento. Acude al trabajo si lo tiene, hace lo que puede con su destemplado cuerpo y acorta la tarde con algún horrible café con leche de la máquina. Si me apuran, los síntomas catarrales son un calco del malestar que flota en el aire, del repelús general hacia la cosa pública. El dolor de cabeza taladrador de escuchar tanta frase vacía. Los ojos llorosos de observar el vuelo gallináceo de algunos políticos novicios. La congestión y el moquillo de las narices llenas. Y esa febrícula que sume al enfermo en un pantano de irrealidad gelatinosa: que el idioma, catalán o castellano, se convierta en el quid del cara a cara entreMontillayMasparece una alucinación. O una sobredosis defrenadolesdespués de 30 años sin debates y con la que está cayendo.
Lo peor del virus del resfriado/desafección es que resulta terriblemente contagioso y no tiene cura. Solo reposo, reposo y más reposo.
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