Catar -y nosotros- al descubierto
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Berger y Luckmann, dos de los grandes sociólogos del siglo XX, dejaron escrito que la convivencia exige unas mínimas dosis de hipocresía. Quienes pasan mucho tiempo juntos deben evitar decirse todo lo que piensan aunque todo lo que digan lo piensen. La diplomacia de los estados modernos se basa en la administración de la hipocresía. Sus inventores, franceses y británicos, son los artífices de ese aforismo según el cual los estados no tienen principios sino solo intereses. De manera que cuando los diplomáticos apelan a los principios debemos preguntarnos en nombre de qué intereses. Siete países árabes de mayoría suní, capitaneados por esa dictadura enmascarada de petrodólares que es Arabia Saudí, decidieron romper relaciones este lunes con el emirato de Catar. Acusaron al régimen de connivencia con el terrorismo. Según los expertos en política internacional, el desencadenante de esta crisis serían una declaraciones del emir catarí tras la visita de Trump al Golfo Pérsico en las que cuestionó la dura política respecto a Irán, el vecino y rival de mayoría chií. Y el trasfondo sería la voluntad de Catar de tener vida propia, al margen de los saudís.
Sea como sea, estamos ante uno de esos ejercicios que convierten a la hipocresía en cinismo. Arabia Saudí ha estado en todas las salsas del terrorismo etiquetado como yihadista desde la última década del siglo pasado: de Al Qaeda hasta el Daesh las huellas siempre conducen a Riad -y a sus satélites como Doha- aunque la hipocresía occidental haya señalado una y otra vez hacia Afganistán, Irak, o Pakistán. La ola de transparencia que impulsa y explica la revolución digital está finalmente poniendo al descubierto estos excesos de hipocresía que derivan en el cinismo que se lleva por delante a los grandes principios de los grandes estados. El numerito de Arabia Saudí ya no cuela pero sirve para recordarnos que hacer negocios con este tipo de regímenes, desde las empresas o desde los clubs de fútbol, puede servir para salvar intereses a corto plazo pero acaba minando nuestros principios hasta dejarnos indefensos de nuestros propios conciudadanos como acaba de ocurrir en Londres.
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