ANÁLISIS

Catalunya: ni problema, ni solución

Si Rajoy siempre ha sido vehemente ante el soberanismo catalán, en su discurso de investidura se mostró implacable

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados.

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados.

XAVIER BRU DE SALA

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Tal como se esperaba, Mariano Rajoy dedicó los minutos más intensos de su parlamento a Catalunya. También los más largamente aplaudidos. El discurso de investidura, brevísimo, generalista hasta la exasperación, rozaba el aburrimiento. En parte porque no planeaba la tensión de la incertidumbre, como en cualquier partido de final desconocido, y en parte por el tono del orador, consciente de que este primer intento es fallido. Ya que no le era posible ahorrárselo, lo utilizó para prepararse el terreno y ablandar al enemigo a batir, Pedro Sánchez, en el asalto de octubre, que será el decisivo. Por fortuna para los tentados de adormilarse cuando apenas llevábamos una horita de vaguedades con fondo musical de emergencia nacional, el orador sacó la pica para emprenderlas contra el soberanismo. Pareció como si la Cámara vibrara un poquitín.

En su estrategia de convertir el fracaso en simple escaramuza, Rajoy enseñó sus armas, pero se guardó de embestir como de escaldarse. La excepción, el independentismo catalán, contra el cual cargó de la manera más contundente que se le conoce. Por el argumentario de la soberanía nacional, que una parte del cuerpo no tiene derecho a adjudicarse, pero sobre todo por el tono. Ni la menor rendija, ninguna vía de diálogo. Si el presidente Rajoy ha sido siempre vehemente ante el soberanismo, en su discurso de investidura se mostró implacable. Las reclamaciones de las instituciones catalanas "carecen de fundamento". Al contrario, deberían estar agradecidas porque gracias a la solidaridad del Gobierno que él preside, la Generalitat ha pagado sus facturas y sus funcionarios han cobrado a fin de mes. Con una enorme audacia Rajoy ha dejado atrás la famosa conllevancia orteguiana. El problema catalán, simplemente, no existe. Quizá persiste, pero no existe. Lo único que puede conseguir es provocar una fractura grave de la sociedad catalana.

La ley

Hay que ser muy optimista para acogerse a la única frase de posible interpretación ambigua del repertorio marianista sobre el soberanismo catalán. Después de negar el problema, Rajoy soltó que no hay solución justa que no parta del respeto a la ley. La palabra solución contradice la premisa de la ausencia del problema, claro está. Pero toda su oratoria está repleta de perlas de este calibre -la mejor de ayer, "para que haya oposición debe haber gobierno", debería pasar a los anales-. En consecuencia, lo que tiene valor es la reiteración de la línea roja, el respeto a la ley, bajo pena de sufrir el peso de la ley.

Utilizado el desafío catalán a conveniencia y, todo hay que decirlo, en plena coherencia con sus reiteradas negativas a ninguna tercera vía, sorprendió a más de uno que escondiera la carta vasca. Si el PNV vota a favor o se abstiene en octubre, cuando sus electores ya no puedan pasarle factura, Pedro Sánchez lo tendrá aún más difícil para no ceder ni el milímetro que le faltará a Rajoy.

Rajoy utiliza el independentismo catalán para reforzarse. Pero el pragmatismo del PNV puede tener buena parte de la llave del segundo asalto, en octubre.