DESDE MADRID

Catalunya cuartea al PP y proscribe a Rajoy

De la pésima gestión de Rajoy se están resintiendo el TC, el Supremo, la Corona y el propio PP

Los candidatos a presidir el PP, Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, el pasado martes, en la cena de verano del grupo parlamentario del PP.

Los candidatos a presidir el PP, Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, el pasado martes, en la cena de verano del grupo parlamentario del PP.

José Antonio Zarzalejos

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La noche del día 21 de diciembre del pasado año el PP cosechó en Catalunya 185.670 votos y cuatro escaños. Fue un resultado catastróficoresultado catastrófico. Sin embargo, Mariano Rajoy no hizo nada. Se limitó a instigar un torpe ataque contra Ciudadanos, que ganó los comicios con 1.109.732 sufragios y 36 escaños. El resultado electoral en un proceso convocado por él al amparo del artículo 155 de la Constitución fue así un doble descalabro. Pero la debacle electoral tenía una significación que el entonces presidente del Gobierno no supo desentrañar. Implicaba el derrumbe de la llamada operación diálogo que había encomendado a  Soraya Sáenz de Santamaría y anticipaba que su presidencia se situaba en el alero al transparentarse su debilidad y la de su partido en la estratégica Catalunya.

Rajoy se confundió en el manejo de la crisis catalana desde el primer minuto. Fue por detrás de los acontecimientos, agravándola, y no quiso asumir la parte de conflicto político -y no solo judicial- que comportaba. En línea con su indecoroso comportamiento mientras se debatía su censura en el CongresocensuraCongreso y su huida posterior de la presidencia del PP (que le convierte en un proscrito), el político gallego repartió juego quedándose al margen de la melé. Por una parte, utilizó la vía del recurso al Tribunal Constitucional y, por otra, empleó a fondo a la Fiscalía.

E hizo algo todavía peor: obligó al Rey a ofrecer un relato para el Estado que la presidencia del Gobierno nunca llegó a elaborar. De su pésima gestión se está resintiendo el TC (que, por fortuna, mantiene su unanimidad sobre los recursos del proceso soberanista), la Sala Segunda del Tribunal Supremo, que se echó a la espalda las omisiones de la Moncloa hasta más allá de donde la prudencia aconsejaba (véase la situación creada con la fallida euroordeneuroorden contra Carles Puigdemont en Alemania, y antes, en Bélgica), la Corona y, al final, su propio partido que, como el Gobierno, observaba en un silencio lanar los errores presidenciales y los sucesivos y persistentes fracasos de la vicepresidenta.

El congreso es de choque interno entre los que quieren la continuidad del rajoyismo y los que desean un corte generacional, ideológico y de imagen

La primera de las sentencias del 'caso Gürtel', conocida el 24 de mayo pasado, fue el detonante de la moción de censura que aprovechó Pedro Sánchez, inicialmente no para derrocar al Gobierno, sino para cobrarse la cabeza política de Rajoy. La corrupción popular había tenido ya episodios gravísimos y se daba por descontado que el PP sería condenado como partícipe a título lucrativo de los delitos de una organización que operaba fraudulentamente con las cuentas de la formación. Y lo peor (los 'papeles de Bárcenas') está aún por fallar.

Pero el telón de fondo de la política española desde hace años, no es la corrupción -que la hay también en el PSOE y que ha causado estragos en partidos catalanes-, sino la crisis constitucional en Catalunya. Y es por eso por lo que Sánchez se convierte en presidente: los 17 escaños independentistas en el Congreso valoraron la oportunidad de buscar una salida al fracaso del 'procés', pero también para ajustar cuentas con Rajoy y el PP, logrando, además, que el nuevo Gobierno dependa de ellos.

Lo que ahora está ocurriendo en el PP no es otra cosa que una bajamar que deja sobre la arena mojada los restos del naufragio de unas políticas confundidas que, además, no concitaron el consenso interno. Rajoy -que ha desertado de una manera nada respetable- dejó que las corrientes adversarias en el Ejecutivo y en el partido confrontasen mientras no formasen bulla en los medios de comunicación y tuneó con silencios y coloquialismos la crisis de identidad de una formación que con él al frente y con la colaboración de los llamados 'sorayos' metamorfoseó ideología por burocracia y gestión política por administrativa.

De cartón piedra

Por eso, las primarias del PP son de choque interno entre los que persisten en la continuación del rajoyismo a través de la exvicepresidenta y los que quieren un corte generacional, de dureza ideológica y de nueva imagen. Y que enmiende la política catalana de Rajoy, oponga resistencia a Ciudadanos y recupere de la depresión a un electorado y a una militancia que ha descubierto que el PP era de cartón piedra: los líderes (José María Aznar primero y Rajoy después) han huido; los 860.000 afiliados no existen; solo votaron en la primera vuelta del 'casting' popular 58.000 miembros del partido y, al final, todo tendrá que resolverse a través de las papeletas de un colegio de taimados compromisarios. Es tan dura la confrontación que se ha eludido el debate público entre los candidatos.

¿Cuál está siendo el argumento para dar volumen a la confrontación interna? Catalunya. No la corrupción intolerable, no las políticas fiscales erráticas de Cristóbal Montoro (en la órbita de Sáenz de Santamaría), no los pactos exorbitantes con el PNV, ni tampoco la aluminosis del propio partido. Lo que se discute es si el 155 se aplicó en su momento, lo que se discute es la operación diálogo, lo que se discute es por qué los servicios de inteligencia no descubrieron las urnas del 1-O, lo que se discute es la razón por la que aquella jornada se manejó con tanta torpeza. Lo que se discute, en definitiva, es cómo bajo una derecha, primero con mayoría absoluta y luego en el Gobierno pero con la asistencia del PSOE y Ciudadanos, se ha producido en España la peor crisis constitucional. Lo que se discute, en definitiva, es cómo el PP ha podido caer tan bajo absorbido por tantas y tantas falsedades e incompetencias.