El epílogo

El 'caso Castells'

ALBERT Sáez

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La soledad es perfectamente posible aun en medio de la vorágine ciudadana y política. La soledad arranca a menudo de una lucidez de tal calibre que se convierte en verdad tan absoluta que no se puede compartir. Y de las certezas onanistas nacen los miedos atávicos que pueden desencadenar en paranoias.

Salvador Castellses un hombre solo. Y muchas cosas más. Pero es un hombre tan solo que, a pesar de vivir en el corazón de Barcelona, no tiene nadie con quien compartir sus miedos, tan humanos como los nuestros.Castellsestá convencido de que sus vecinos le persiguen hasta el punto de sentirse amenazado de muerte. Nadie le lleva la contraria, por lo queCastellsestá tan seguro de sí mismo que incluso ha provocado la incertidumbre de los Mossos que le protegen cada día cuando entra y sale de su casa. La soledad puede ser también nuestra propia cárcel levantada con los muros del Estado del bienestar.

Como decíaLuis Arribas Castro,alias Don Pollo, la ciudad es un millón de cosas. Y en esa amalgama de curiosidades elcasoCastells aún nos llama la atención. No porque sea el primer barcelonés que se siente amenazado por sus vecinos. Ni porque sea el primer hombre solitario de la ciudad. Nos sorprende que sea escoltado cada día por los Mossos. Nos sorprende que ellos tengan tiempo de hacerlo. Y también queCastells aguarde pacientemente hasta que una patrulla esté libre de otros servicios.

Una metáfora

ElcasoCastells no deja de ser una metáfora de una época que ensalza la individualidad hasta favorecer las patologías. De un tiempo que sacraliza la protección social de los individuos aunque alimente la sinrazón. De un periodo histórico en el que los presidentes de Gobierno deben tal respeto a las individualidades, incluso a las enfermizas, como para aguantarles en el cargo cuando les dejan plantados. Y que los jefes de la oposición prefieren hacer leña del árbol caído antes que imaginarse su respuesta ante igual desafío. Porque, claro, si mañana los vecinos agredieran aCastells,la culpa no sería de los autores sino de los Mossos. O sea, del Gobierno. No lo duden.