Una tendencia en alza
Un Casas en el probador
Me pregunto si la apropiación de edificios históricos de Barcelona por el comercio no es sino una consecuencia del mercadeo turístico
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
El otro día me acordé de un sketch de los grandes Faemino y Cansado en su espectáculo El orgullo del tercer mundo. Hablaban del Museo del Prado y se quejaban de que solo hay cuadros y está demasiado vacío. "¡Que pongan unos muebles o algo! ¡Un tresillo! ¿Quién no querría tener un goya en el salón?", decía uno. "Ahí podrían vivir seis familias, por lo menos, ¡y bien anchas!", remachaba otro. Me acordé de ellos porque últimamente en Barcelona se vuelve a hablar del alquiler y la venta de edificios históricos, y de cómo las tiendas de moda se van quedando una parte del patrimonio. El desmantelamiento de la ciudad que conocíamos es implacable: tiendas con décadas de historia, antiguos palacios burgueses, sedes de bancos y compañías de seguros que pasan de la arquitectura civil, digamos, a la comercial.
DE VINÇON A MASSIMO DUTTI
Uno de los casos más conocidos es la casa del artista Ramon Casas en el paseo de Gràcia, con su estudio-taller, que durante años frecuentamos cuando era Vinçon y que ahora es una tienda de Massimo Dutti (del grupo Inditex). Sigue teniendo un uso comercial, es cierto, pero ha pasado de ser un emblema de la vida barcelonesa a una franquicia, y ahora los elementos modernistas quedan disimulados, con los maniquís y probadores banalizando el espacio. Y eso que la empresa ha mostrado sensibilidad con el espacio. De hecho, esta tendencia es un arma de doble filo: las franquicias deben rehabilitar el espacio histórico, respetarlo y cuidarlo, pero a su vez esconden el sentido inicial, hasta el punto de que a menudo uno ya no sabe si la arquitectura es original o un decorado de temporada.
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En realidad, estamos ante una variante del eterno debate de Barcelona: el de la conservación y la destrucción del patrimonio. La década que iba del fin del franquismo a la nominación de los Juegos Olímpicos, en 1986, sirvió para frenar la depredación urbana basada en la especulación, y seguramente el gran triunfo fue la Casa Golferichs, recuperada en 1979 de las garras de Núñez y Navarro. Desde entonces la renovación de la ciudad trajo muchos aciertos y alguna chapuza --como la reforma de la plaza Villa de Madrid--. Probablemente el epítome de este deseo de conservación fueran las ruinas del mercado del Born, con la reforma que las dejó a la vista: se perdió la Biblioteca Central de Barcelona y se ganó el actual Centre de Cultura i Memòria.
ATENTOS AL MERCADO DE SANT ANTONI
Es verdad que el Born ha reactivado la zona y los (nuevos) comerciantes están contentos, pero no es menos cierto que la está despoblando para dársela a los turistas. A veces pienso que las ruinas impolutas de 1714 son una metáfora posmoderna del barrio que las rodea, como un premonición de lo que vendrá. Y entonces me pregunto si esta apropiación comercial de los lugares cargados de memoria, pues, no es sino una consecuencia del mercadeo turístico. Lo veremos pronto con el renovado mercado de Sant Antoni, el giro definitivo: veremos si una reforma que reclamaban los vecinos se convierte en una excusa para reactivar la economía del barrio a base de liquidar su espíritu y echar a los vecinos.
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