El capitán y el tejano

Williams, en los Campos Elíseos

Williams, en los Campos Elíseos / periodico

SERGI LÓPEZ-EGEA

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Tenía cara de bonachón y sentado con el 'maillot' ciclista parecía uno más, uno más entre los pasajeros que habían asistido el día anterior a la última contrarreloj del Tour y que se disponían a vibrar con la magia de los Campos Elíseos. Arropado en su butaca, en el obligado camino entre el vagón y el lavabo, dormitaba Robin Williams, en el tren que unía Nantes con París.

Sí, era él, el tipo del 'maillot', el que dormía, el que no miraba el paisaje por la ventana, el que no empezaba a escribir en su asiento el resumen del Tour 2003 para su periódico. Él simplemente recuperaba horas de sueño porque le esperaban emociones en la mejor avenida ciclista del mundo y una noche larga en el hotel Crillon, en la plaza de la Concordia, allí donde Lance Armstrong, su amigo, cuando era Lance Armstrong, celebraba las victorias del Tour, cuando eran triunfos, cuando pedalear a su lado era un honor, cuando, en la variante humana, el exciclista tejano, era del primero en llorar la muerte del actor, el martes, en la madrugada española.

Porque Armstrong tenía un amigo, que era actor, más famoso y posiblemente más rico que él, pero que se paseaba por el Tour sin la arrogancia que tantas veces exhibió el ciclista, que fue y no fue. Era más fácil fotografiarse con Robin Williams, que con Armstrong. Era más asequible y más fácil arrancarle una frase, como hicieron los periodistas de la Cadena Ser. “Mister Williams, ¿sabe usted quiénes son los tres ciclistas españoles del equipo de Armstrong?”. Y sin pensárselo dos veces, de carretilla, como cualquier buen seguidor con un grado elevado de conocimiento ciclista, Robin respondió: “Sí, claro, HerasRubiera y Beltrán”.

Y repartía sonrisas. “Robin Williams está en el autocar del US Postal”. Revuelo general, periodistas que aparecían como setas, tal como sucedió también cuando lo fue a visitar John Kerry, ahora Secretario de Estado de los Estados Unidos. Sí, Armstrong era una figura y tenía muchos amigos, en la cultura, en el cine y en la política.

Sin embargo, Williams era distinto porque era el único que se vestía de ciclista y de los pocos que se atrevían a acompañarlo en bici. “Le aguanto 20 minutos. Luego él se despega y me dice adiós”. Si le aguantaba 20 minutos a Armstrong era porque realmente estaba en forma.

De hecho la bici lo liberaba, sobre todo en la época en la que trataba de dar un giro especial a su vida. Sabía del Tour, de la Vuelta, de todas las carreras y estaba pendiente de los éxitos y hazañas de su amigo tejano. En el garaje de su casa había una auténtica reliquia de bicis, a cual mejor, un tesoro de cientos de miles de dólares, bicis de todos los colores, pero siempre de alta gama, como descapotables deportivos. “Tengo 60 bicis y aunque parece que ocupen mucho, llenan menos espacio que un coche”. Williams acudía a marchas cicloturistas porque tal como repetía “cuando no trabajo, monto en bici”. Y porque sentado en un sillín “noto el viento en la cara que me hace sentir mucho más libre”.

Fue de las últimas voces que defendió a Armstrong. Siempre creyó en la inocencia de su amigo corredor. Era imposible que las siete victorias en París no fueran otra cosa que fruto al coraje del ciclista de hierro. Armstrong se lo dijo, le explicó que no era oro todo lo que relucía y Williams se decepcionó. “Me ha apuñalado por la espalda”. Pero se siguieron admirando y Armstrong fue de los primeros que lamentó la muerte de su actor y 'capitán'. “Robin te quiero y te extrañaré terriblemente”.