Dos miradas

Cansada

EMMA RIVEROLA

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Tu cuerpo, un peso. Un lastre. Plomo. Plomo en las piernas. En los párpados. En el pensamiento. La niña ha vuelto a despertarse esta noche. Una pesadilla. Las cuatro. Imposible dormirte de nuevo. Arena en la mirada y la mente hecha un embrollo. Una madeja de urgencias. Llego tarde. Maldito tráfico. Cariño, bébete la leche. La reunión se alarga. Se acabó el champú… Tu rostro se recompone alrededor de las ojeras. La rueda no cese de girar y tu eres un ratón atrapado. Corres para moverla, corres para que no te arrolle. Hundes el rostro entre tus manos frías y, de repente, querrías alargar el pie y trabar el mundo. Quieto. Inmóvil. Y dormir. Dormir sin que nadie te espere, sin dependencias, sin obligaciones… sin ti. Solo una noche. Un paréntesis.

Cansada. En la cabeza, un péndulo desbocado no deja de aporrear la razón magullada. Te cuesta pensar. Te cuesta reír. La frente, un metal ardiente. Buscas en el bolso. Rebuscas. Se acabaron. ¿Tenéis algo para el dolor de cabeza? Tus músculos, en tensión permanente, como un corredor a punto de empezar la carrera. Pero ya hace mucho que te precipitaste por la pista y no distingues la pancarta de llegada.

Cansada. Muda. Sorda. Callada, para no aburrirte ni a ti misma con tus lamentos. Para no toparte con la incomprensión. Sorda, tratando de escapar de ese interrogante que tu mente, entre golpe y golpe, no deja de formularse: ¿era esto?