La evolución del consumo

Cambios generacionales

Los menores de 40 años prácticamente no se han beneficiado de la recuperación económica

Día de rebajas en un comercio.

Día de rebajas en un comercio. / periodico

JOSEP OLIVER ALONSO

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No sé si están al caso de los cambios en el 'car-sharing' (uso compartido de automóvil). Parece una opción de consumo marginal, pero grandes corporaciones, del petróleo y del motor, están invirtiendo en ese nuevo nicho de consumo. Sumen a ello el que promueven las empresas sustitutas de taxis, el de aquellas que alquilan motos por horas, las sociedades que proponen sustituirnos en la compra para su posterior entrega a domicilio o las nuevas ofertas de turismo. Son cambios vinculados a las nuevas tecnologías que, en principio, no deberían alterar los patrones ni el nivel del consumo. Pero, ¿podría ser que apuntaran a transformaciones más estructurales? Creo que, en efecto, la proliferación de estas nuevas ofertas sugiere un cambio sustancial en el comportamiento de los consumidores y, en particular, del de los más jóvenes.

Tradicionalmente, los economistas han considerado como factores determinantes del consumo, junto a la demografía, las modificaciones en la renta familiar disponible, en las expectativas futuras de renta y en la dinámica de la riqueza neta (activos menos pasivos de todo tipo). Estos factores han dado cuenta de la evolución del consumo en las sociedades occidentales desde, por lo menos, los años 50 y 60 del pasado siglo. Y es analizando su dinámica para las generaciones más jóvenes lo que sugiere que, tras los cambios aparentemente vinculados a la tecnología, subyacen transformaciones de mayor calado.

Sin beneficio

En relación a estos factores, ¿cómo perciben el futuro los menores de 40 años? Comenzando con la renta disponible, este colectivo se está viendo más afectado tanto por el menor avance de su ocupación como por el aumento de la temporalidad: del incremento de 1,8 millones de nuevos empleos generados en España entre finales del 2013 y del 2017, los menores de 40 años prácticamente no se han beneficiado. Ello refleja, aunque sea parcialmente, el hundimiento de esa población en el periodo de la recuperación (-1,3 millones). Además, el grueso de la nueva contratación de los más jóvenes es temporal, lo que ayuda a entender, junto a la devaluación interna de la crisis, el bajo nivel salarial y su contenido aumento.

Respecto de sus expectativas de renta futura, ¿qué quieren que les diga? Salarios reducidos, elevado nivel de paro, inseguridad laboral y problemas en pensiones no les pueden sugerir nada positivo sobre su ingreso a lo largo de su vida. Añadan a ello su práctica exclusión del mercado inmobiliario y, por tanto, la incapacidad de aumentar su riqueza por el avance de los precios de la vivienda.

Finalmente, desde el punto de vista demográfico, esta es una generación que, simplemente, colapsa: según las últimas previsiones del INE, el colectivo de 25 a 39 años pasará de los 9,5 millones del 2016 a los 7,4 millones del 2026, una insólita contracción del 23%, a comparar con el aumento del 5% de aquellos de 40 a 66 años (de 17,6 a 18,6 millones). En suma, reducido crecimiento de la renta, complicadas expectativas de mejora de su ingreso a lo largo del ciclo vital, escaso patrimonio y caída demográfica definen el terreno en el opera, y operará, el consumo de las cohortes hoy más jóvenes.

¿Es este un proceso estrictamente nuestro? En absoluto. En Japón, por ejemplo, comienza a extenderse un comportamiento, entre los más jóvenes, que acentúa el ahorro y la frugalidad. Y en Gran Bretaña hace ya más de una década que se habla de la ruptura del contrato intergeneracional, según el cual el esfuerzo individual de los jóvenes acababa teniendo su recompensa en mejores empleos y ascensos en la escala de la propiedad inmobiliaria, tal y como pudo hacer la generación de sus padres.

Inseguridad y desigualdad

Quizá todo sea un espejismo. Quizá los cambios que percibimos no alterarán, finalmente, el funcionamiento de nuestras economías. Pero una creciente inseguridad laboral, salarios más bajos, dificultades insuperables para construir un patrimonio, mayor desigualdad y menor población dibujan un panorama de modificaciones sustanciales para el consumo futuro de esas cohortes. Dado el enorme peso del consumo privado en la dinámica económica, esos cambios en los patrones de consumo de las jóvenes generaciones apuntan a un creciente riesgo en el medio plazo: menos consumo significa, simplemente, menor crecimiento económico.

Por ello, quizá las políticas públicas de redistribución del ingreso, y que favorezcan la mejor distribución de la riqueza, deberían regresar al centro de la acción pública. No por justicia redistributiva, sino por puro egoísmo.