Caer en el pozo más profundo

Cuando los pensamientos negativos son recurrentes, cuando la vida se percibe como insoportablemente lenta, de una lentitud no deseada, cuando al levantarte por la mañana te vence el cansancio como si no hubieras dormido toda la noche. Cuando observas todo lo que pasa a tu alrededor como simple espectador, como si la vida ya no te interpelara. Que no puedas pensar más que en la finitud de la existencia o creas que lo mejor que te podía pasar ya te ha pasado. Darte cuenta de este estado de ánimo y echar de menos otros tiempos en los que el hilo del pensamiento estaba lleno de alegría, placer, entusiasmo por lo cotidiano. Haberte convertido en alguien distinto. Recordar épocas en las que eras capaz de hacer cosas increíbles que ahora se te harían una enorme montaña y, en definitiva, seguir viviendo habiendo perdido toda esperanza en el futuro.

Si entender cualquier enfermedad mental es difícil, la depresión es aún a día de hoy uno de los trastornos más incomprendidos. En el mundo de la autosuficiencia, de la cultura del individuo que todo lo puede por sí mismo, del si lo deseas de verdad lo conseguirás y en que hasta la cura del cáncer depende de la actitud del paciente, la depresión resulta un enigma. Para quienes no la han sufrido nunca es difícil entender que no está en las manos del enfermo cambiar su predisposición vital, que no es por falta de voluntad que alguien deja de encontrarle sentido a la existencia, no es capaz de tener más que pensamientos melancólicos o no puede, simplemente, disfrutar de lo que disfrutaba antes de enfermar. Desde fuera se juzga al deprimido y a menudo se llega a la conclusión de que un cambio de actitud podría solucionar su problema.

Un agravante de la depresión es la dificultad para tomar conciencia del propio estado. Si nos rompemos una pierna, nuestro juicio se encarga de decirnos que tenemos que buscar ayuda médica de forma urgente, si notamos señales de un ataque al corazón, haremos lo mismo, si detectamos un proceso viral tomaremos las medidas pertinentes para recuperarnos lo más pronto posible. En todo malestar físico el cerebro funciona, nos avisa para que nos cuidemos y podamos garantizar nuestra supervivencia, pero cuando el propio órgano del pensamiento es el que se pone enfermo, este no es capaz de detectar el origen patológico de nuestra angustia. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido épocas de tristeza o pesimismo? ¿Quién no ha pasado una mala racha? Pero la depresión es mucho más que todo eso, es una disfunción de los mecanismos más esenciales con los que nos agarramos a la vida.

La OMS calcula que hay unos 300 millones de personas que padecen depresión en todo el mundo y advierte de la poca inversión en salud mental en la mayoría de países. La enfermedad se puede curar con un buen tratamiento, pero necesita de una atención específica que por desgracia no está al alcance de todos.