Al contrataque

Caer bien

Barberá y Rajoy, en un acto del partido en Valencia, en marzo del 2015.

Barberá y Rajoy, en un acto del partido en Valencia, en marzo del 2015.

RISTO MEJIDE

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«Mira que me caes mal, pero aún así coincido al cien por cien con el último artículo que has escrito, así que lo voy a compartir en mis redes sociales avisando, eso sí, de lo mal que me caes". La escena se repite cada vez que publico algo que toca conciencias, almas, corazones o simplemente hueso. Y yo que me alegro, oye. Al final, reconocer la contradicción propia es el principio para superar tus prejuicios. No te lo tomes a mal si me importa un carajo. Sobre todo, porque yo no escribo para caerle bien a nadie. Ni aparezco en los medios para caerle bien a nadie. Ni hago nada de lo que hago para caerle bien a nadie. No soporto el sentimiento de caer bien. Ni siquiera cuando a mí me ocurra con algunos. Como a cualquier hijo de vecino me gusta gustar, pero por favor, no confundir con caer bien.

Caer bien no es gustar. Gustar supone un proceso de prueba y acierto, significa que lo que has recibido te convence aunque sea solo al paladar. Caer bien es diferente. Una decisión irracional e independiente del entendimiento o la razón. No sé qué tiene, pero me cae bien. Mi complejo amigdalino, el mismo que hace cientos de miles de años me avisaba del peligro antes de que fuese consciente del porqué, decide por mí y yo lo expreso como si fuese algo de lo que estar orgulloso. Romanticismo retrasado hasta el pleistoceno. No tengo motivos fundados ni racionales para emitir este juicio, pero me da igual, he decidido absolver a esta persona o condenarla por las mismas no razones, si he decidido que me cae mal. Y a partir de ahí, el efecto halo que supone la atribución de todo tipo de virtudes o defectos asociados. Los magistrados saben muy bien que no pueden dejarse llevar por las filias o fobias que despierten los acusados, pues se exponen a cometer delito de prevaricación.

SER FLOJO DE CORAZÓN

Caer bien ha sido y sigue siendo el mal endémico de este país. Ha sido el mal de muchos y sigue siendo consuelo de tontos. A Rajoy le caía bien Alfonso Rus. Te quiero, coño. Y Bárcenas sé fuerte. Y Rita Barberá me ha dicho que es inocente. Ahora no nos queremos acordar, pero hubo un tiempo en el que Jordi Pujol le caía bien a prácticamente todo el mundo en Catalunya. Y lo bien que nos caía el rey campechano.

Que alguien te caiga bien -o mal- es ser flojo de corazón. Andar por la vida con los ojos vendados por uno mismo. Dejar de escuchar lo que la realidad te grita. Esa realidad que dice que si coincides con alguien cuando se expresa, eso es que igual no te habías formado un juicio adecuado, y estás a punto de desterrar un prejuicio.

Pero claro, es mucho más fácil decir que sigue sin caerte bien quien piensa igual que tú. No vayas a caer mal a los que aún ni se lo han cuestionado.