Perlas del papel

En busca de los culpables de la crisis

El quiosco recuerda que la misión de los gobiernos no es complacer a todos

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ALBERT GARRIDO

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Las preguntas son recurrentes y las respuestas, muy variadas. Dicho sin florituras y para ir al grano: ¿quiénes son los culpables de los males que nos acongojan?, ¿qué debe corregirse para salir de este mal paso sin mayores males que los ya vividos? Cualquiera sabe, puede decirse a la vista de lo visto, oído y aconsejado por los expertos, presuntos o reales. ¿O no? Algunos se siguen atreviendo, echan las cartas, miran en el interior de una bola de cristal, leen los informes de Moody's, prestan una oreja al Gobierno, y otra, a la oposición, sacan la media aritmética y, acto seguido, opinan.

Miquel Sallarès dejó escrito ayer en Avui cómo se curarían los males de Catalunya: «Si bien es cierto que las elecciones del 28-N no eran un referendo por la independencia y que el Govern de los posibles, que ha hecho el president Mas, no es un Govern para llevarnos a la independencia, sí que hay que decir que es hora de dejar a un lado hacer país y nación, y que lo que toca ahora es construir Estado».

Para Sellarès, el Estado de las autonomías no da más de sí por insuficiente; para César Vidal, en La Razón, es un exceso insostenible que nos lleva directamente a la ruina: «En caso de que nos ayuden para no quebrar, ¿recortaremos de una vez el sistema autonómico, como nos dice Bruselas por activa y por pasiva, o permitiremos el crecimiento de una deuda autonómica de la que ya solo Catalunya es más del 28%». Dicho de otra forma: o autonomías o prosperidad, o una cosa o la otra, porque ambas al mismo tiempo son imposibles según este opinador tonante de la derecha derecha.

«El problema está en el excesivo poder de la banca española (hoy una de las mayores propietarias de viviendas vacías) -sostenía Vicenç Navarro en Público dentro del más estricto pensamiento clásico de la izquierda-, que no quiere bajar más los precios a fin de no aumentar sus pérdidas y mantener su nivel de beneficios». Perdoneu, però algú ho havia de dir, cabe apostillar al modo y manera de Polònia.

Y así, cada pluma con un diagnóstico y el susto en el cuerpo de todos. Porque, como recordaba Lluís Foix en La Vanguardia, «no está previsto que los gobiernos tengan que complacer a todos y siempre, sino que deben afrontar decisiones que no gusten a todos». El temor más extendido es que no gusten a nadie.