Los jueves, economía

Buena suerte, 'president' Mas

Absorber los 350.000 empleos destruidos entre el 2007 y el 2010 nos llevará no menos de 6 o 7 años

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JOSEP Oliver Alonso

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Los consellers de Economia y de Empresa i Ocupació, los profesores Mas-Co-

lell y Mena, tomaron ayer las riendas de los ámbitos más complejos que hereda la nueva Administración. ¿Hacia dónde se dirige la economía del país? ¿Y sus finanzas? ¿Qué podríamos y qué deberíamos hacer?

La respuesta a estas preguntas depende de cómo entendamos por qué nos hemos situado en una posición tan difícil. Se argumenta que Zapatero erró en el diagnóstico de la crisis y, también, en las medidas para atajarla. Y es cierto que el Gobierno no ha estado a la altura, aunque discrepo de cuándo sucedió. No estuvo en su lugar al permitir una burbuja del crédito e inmobiliaria cuyo final estaba escrito. Pero, tras el colapso financiero mundial, seguimos lo que la UE pidió en el acuerdo europeo de diciembre del 2008: gastar para evitar otra gran depresión.

La raíz ultima de nuestros problemas deriva de un comportamiento privado que creyó que el abundante ahorro europeo, a tipos de interés insólitamente bajos, estaba aquí para quedarse. Y así nos fue: crecimiento del crédito del 20% anual entre 1998 y el 2008. Y, con él, explosión de la deuda, tanto de los hogares (de los 200.000 millones a casi un billón de euros) como del sector inmobiliario (de los 45.000 millones a los 450.000 millones) y del resto de empresas. De esta forma, al estallar la crisis, el endeudamiento privado era sensiblemente mayor que a finales de los 90.

A él se ha sumado, en esta nueva fase, el del sector público, de forma que los mercados internacionales nos miran con creciente temor. En especial porque una parte sustancial de la deuda adquirida lo es con el resto del mundo: en el 2011, España (administraciones públicas, sistema financiero y empresas) deberá renegociar en torno a los 300.000 millones de euros.

Este volumen de endeudamiento dificulta la salida de la crisis, al reducir, en primer lugar, el flujo de fondos para la inversión. Además, a ello hay que añadir el importante cambio en las fuentes de la demanda interna que explicaron el boom anterior y que no van a jugar de la misma forma.

Así, una nueva fase de crédito barato y abundante, simplemente, no cabe esperarla: crecerá lo que nos permita nuestro ahorro, tras los inevitables pagos al exterior.

La demografía, por su parte, no va a jugar el papel expansivo que tuvo (entre el 2000 y el 2007, de un crecimiento real del consumo privado en torno al 30%, el consumo por hogar aumentó un 5%, mientras que el número de familias crecía casi el 25%). Y ello porque la inmigración ya se está reduciendo, nuestros baby boomers ya son algo mayores, y una parte menor, pero significativa, de los jóvenes nativos ha comenzado a emigrar.

Y, sin demografía ni crédito aumentando con intensidad, olvidemos el sector residencial como motor. Este regresará, en el mejor de los casos, a las 30.000 viviendas/año que iniciábamos en Catalunya entre 1975 y 1998, muy lejos de las 80.000-100.000 del boom.

Todo lo anterior se traduce en que el mercado de trabajo va a tardar en recuperarse. Podemos esperar que tras los aumentos de 80.000-100.000 empleos/año de la expansión, regresemos a valores más acordes con nuestro potencial de largo plazo, en torno a los 30.000-40.000 nuevos puestos de trabajo por año. En esta hipótesis, absorber los 350.000 empleos perdidos entre el 2007 y el 2010 nos llevará no menos de 6 o 7 años. Y absorber los más de 600.000 parados va a necesitar más tiempo.

Finalmente, con mercados financieros tensos, demografía a la baja, débil empleo y mercado inmobiliario en lenta recuperación, la inversión productiva tampoco va a crecer a los ritmos a que nos tuvo acostumbrados.

En suma, crecimiento bajo, que es lo que nos espera próximamente, lo que quiere decir menos ingresos públicos, y más presión sobre el gasto social.

¿Qué nos queda? Siempre nos quedará París, es decir, el sector exterior. Este es el clavo al que hay que agarrarse para salir adelante. Como siempre hicimos en anteriores crisis, aunque entonces devaluábamos la peseta. Aunque ello implique deflaciones de costes (salariales y otros), para mejorar y recuperar competitividad, dado que la devaluación no es posible y la competencia internacional es más intensa que nunca. Y ello en un contexto de dureza para las finanzas públicas, españolas y catalanas, que deben haber mejorado radicalmente en el 2013, cuando el nuevo tratado de la UE entre en vigor, si no queremos problemas mayores: recientes encuestas en Alemania dan una mayoría del 57% a favor de retornar al marco.

Deflación de costes, reducción del nivel de vida y adelgazamiento de la Administración pública configuran un cóctel de problemas de complejo control, que exige grandes acuerdos sociales y nacionales para su solución. Por ello, me parece muy positivo el pacto de investidura CiU-PSC. Lo que hay que hacer, debe hacerse, por duro que sea. Por todo ello, porque hoy nos jugamos el futuro del país, y no solo el de una legislatura: buena suerte, president Mas.

Catedrático de Economía Aplicada de la UAB.