LA MASIFICACIÓN TURÍSTICA DE BARCELONA

El buen turista nos vuelve locos

Lo que hay que procurar es que la frecuencia del servicio en el transporte público responda a la intensidad de la demanda

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JORDI MERCADER

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El turismo está enloqueciendo Barcelona. La ciudad se está convirtiendo en un paisaje maravilloso poblado por unos ciudadanos deprimidos por la presencia de tantos forasteros dispuestos a disfrutar del buen tiempo, de Gaudí y de las playas. Los turistas, ignorando ser la causa de tanto malhumor reflejado en las miradas y en los gestos de muchos barceloneses, deben preguntarse cuáles pueden ser las razones del malvivir de las gentes que tienen el privilegio de vivir cada día en este escenario de película.

Ninguna ciudad nació para ser objeto y deseo de los turistas, sin embargo, la gran mayoría de las que han conseguido convertirse en objetivo preferido de las gentes en vacaciones han ido asumiendo los beneficios y las contrariedades del éxito. En Barcelona, está costando algo más de la cuenta, tal vez porque su conversión en destino predilecto ha sido algo tardía en comparación a los clásicos.

Hay que hacerse a la idea cuanto antes mejor de que los turistas seguirán llegando a Barcelona por tierra, mar y aire. Nadie se lo va a impedir, ni el ayuntamiento, ni las manifestaciones de los vecinos más perjudicados por la masificación, ni las malas praxis de algunos comercios y restaurantes, ni los pisos turísticos ilegales, ni la tasa turística; la oleada de dinero fresco para el PIB barcelonés solo se frenará por el miedo provocado por una desgracia.  Incluso París se tambaleó ante la violencia.

El buen turista, el que sabe viajar por el mundo, prefiere utilizar el transporte público. Es inteligente por su parte, gana en autonomía, se sale del circuito organizado y además tiene la impresión de estar viviendo 'a la barcelonesa' durante su estancia en la ciudad. No repara demasiado en el precio del billete ni en la incomodidad del servicio. El mal funcionamiento de los servicios públicos no va a desanimar al visitante de venir, a lo sumo empeorará unas décimas su grado de satisfacción.

La utilización de metro y bus por el turista tensiona la red del transporte público en determinados trayectos y pone en evidencia las limitaciones del servicio. Pero las víctimas no son los despreocupados forasteros sino el usuario barcelonés. No se puede prohibir al turista subirse al bus 24 ni usar el metro para ir de la Barceloneta al paseo de Gràcia. Lo que hay que procurar es que la frecuencia del servicio responda a la intensidad de la demanda.

ADECUAR LOS SERVICIOS

El objetivo realista no es pretender acabar con el turismo o ralentizar el aumento del mismo; más bien debería ser la adecuación de los servicios públicos para atender el volumen de la población flotante que representa. Para impresionar al turista y sobre todo para beneficiar a los barceloneses que no tienen por qué verse perjudicados en su calidad de vida por el éxito de su ciudad. En el transporte público, pero también en los servicios de limpieza o la recogida de basuras. Dado que la convivencia con nuestros queridos admiradores se presume inevitable, lo prudente es interiorizarlo. Nos va la salud colectiva en ello.