Mi hermosa lavandería

'Brexitland'

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ISABEL COIXET

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El jueves lloviznó y Londres añadió al caos habitual las colas de gente que votaba y los que se manifestaban a favor del irse y del quedarse. Las caras brillantes de Nigel Farage y Boris Johnson aparecían en televisión metiendo su papeleta en la urna y sonriendo, mientras proclamaban casi con las mismas palabras que ese día, de ganar el "IRSE", empezaría la independencia de la Gran, de la Inmensa, Bretaña y una nueva era se abriría para los ingleses. Ninguna de las personas que están trabajando conmigo admite haber votado por el “IRSE”, todos afirman haber votado por el "QUEDARSE". Yo bromeo y canto la canción de The Clash, 'Should I stay or should I go?', pero intuyo que ese ambiente progresivamente enrarecido que he visto aquí en los últimos años no les va a poner las cosas fáciles a los europeístas.

Por otro lado, nadie logra explicarme bien por qué se hace este referéndum, cuando hay literalmente miles de cosas más urgentes e importantes que debatir y consultar. Nadie lo entiende realmente, pero aquí estamos: culpando a la inmigración de todos los males del país, cuando los responsables mayores del hundimiento económico –léase, sin ir más lejos, el dueño de Top Shop, que acaba de mandar al paro a 10.000 personas, al cerrar sin avisar otra cadena de grandes almacenes– se dedican a comprarse aviones privados y yates como si no hubiera un mañana. 

Nos vamos a casa y bromeo que, a lo mejor, de ganar el 'Brexit', mañana ya no me dejarán entrar en la oficina. Cuando despierto el viernes, la primera página de 'The Guardian' anuncia la victoria del 'Brexit' y Johnson, el hombre rubio que cambió su apellido turco, muestra en la cara la soberbia del ganador. Pero hay muy poca diferencia entre ambos bandos, hay un país claramente dividido y nadie habla de la bomba de relojería que eso supone. La libra baja, los jubilados de Leeds en la Costa del Sol tiemblan, los dirigentes europeos se ponen de morros y Cameron, hundido, pone cara de no saber por dónde le ha venido la hostia. 

En la oficina reina un ambiente de funeral. Nadie se lo explica. Nadie conoce a nadie. Todos se quejan, hablan de los brutos del Norte, de la gente de las pequeñas ciudades, de los pueblos, del sentido de exclusión, del miedo. En televisión aparece gente llorando, diciendo que con el 'Brexit' se eliminan las posibilidades de varias generaciones, que vamos para atrás. Vuelve a aparecer Farage gritando que el día de hoy será recordado como el día de la independencia de Gran Bretaña. Y a mí me dan también ganas de gritar que de qué independencia está hablando este hombre, porque, que yo sepa, aquí siguen conduciendo al revés de todo el mundo, utilizan una moneda diferente de la del resto de los europeos y un sistema métrico particular y se pasan Schengen por el forro cuando les da la gana.

De todos los referéndums que en el mundo han sido, este es uno de los mas estúpidos que conozco. Pero nunca hay que infravalorar el poder de un gran grupo de gente con derecho a voto, muy poca información y muy mala memoria. Ellos determinan el curso de la historia. Y, generalmente, para nada bueno. En el pub de abajo de la oficina, hoy inusualmente vacío, tomamos unas cervezas en silencio, mientras el dueño pone a The Clash y todos coreamos por lo bajo: 'Should I stay or should I go?'

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