INTANGIBLES

Tiempo de descuento en la construcción europea

GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS

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Le llamamos Brexit pero es un gran fracaso europeo. No lo es tanto por sus consecuencias, aún difíciles de imaginar, como por la realidad que emerge en una Europa que en cada colada pierde una sábana. A falta de una ruta clara a seguir para resolver la salida británica, sin un colegio de comisarios europeo efectivo, se improvisan respuestas típicas de fin de semana que tienen poco de solución compartida y mucho de resiliencia ad hoc interesada. Cada estado toma posiciones por su cuenta a partir de variables como los flujos comerciales, el valor de las inversiones extranjeras directas , el peso de los activos bancarios o la importancia de los residentes allá que son de aquí o los de aquí que viven allá. Se actúa, incluso, con liderazgos internos que se permiten jugar a poli bueno/poli malo desde un mismo interés nacional.

Así, ¿quién puede así pensar que la soberanía nacional ha quedado abolida por el nuevo gobierno europeo? Se trata de una gobernanza que si en algo es efectiva es en la regulación de las pequeñas cosas, aquellas que precisamente son incómodas para muchos porque suponen una talla única –esas molestias son las que a menudo aumentan las ganas de abandonar el corsé europeo-, pero que es inútil para afrontar temas de envergadura como la que vivimos, o qué hacer, por ejemplo, con las naciones sin estado.

Con una visión estrecha de la economía los hay que han estimado que la salida de Gran Bretaña supone la pérdida de medio punto del PIB europeo a tres años vista. Me pregunto con qué elementos contrafactuales lo han calculado. ¿Consideran también el más que probable retraso de la subida de tipos de la Reserva Federal de EEUU, que tanto necesitaba la UE y que ahora puede postergarse? ¿Se computan las ganancias de los “pescadores en agua revuelta” italianos, que saben que ahora pueden aprovechar mejor los beneficios de un rescate bancario que el mecanismo único de resolución (MUR) ya no se lo permite? Estos cálculos, en fin, ¿incluyen los nuevos y más probables incumplimientos en la consolidación fiscal exigida a España y Portugal?

Sea cual sea la cifra final del impacto del Brexit, lo más destacable es que cada país solo mira sus consecuencias particulares sin contemplar la media conjunta, tal es el escaso sentimiento de pertenencia compartida que tenemos los europeos. Y según cómo varia la cifra, se va posicionando cada estado. Así tenemos a quienes desean que la respuesta al reto británico sea acomodaticia, que no pase nada substancial, o sea, bussines as usual. Otros querrían una respuesta contundente, aleccionadora, que siente precedente para quienes estén tentados a seguir derivas similares a las británicas, y que pongan a riesgo otros intereses comerciales, financieros, económicos o de ciudadanía. España, por ejemplo, es el principal país de la UE en activos bancarios en Gran Bretaña, quinto por inversiones, sexto por exportaciones y en porcentaje de población del país de procedencia. No es difícil imaginar que España está en el grupo de quienes quieren un acuerdo rápido y suave; y todavía más si se tiene en cuenta el peso de aquellas variables en términos de población o del PIB nacional. En ello pesan lo suyo la pérdida de negocio local, los efectos sobre la demanda externa de la devaluación de la libra, turismo includo, o las minusvalías en la cartera de activos bancarios de los bancos españoles con presencia en Reino Unido.

Es tanta la complejidad de las consecuencias jurídicas (el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que no lo activa el Parlamento británico sino un primer ministro que aún no se sabe quién será), más los dos años de negociación, los que se añaden las conveniencias económicas de algunos países, que no son pocos los que se aventuran a afirmar que, cuando pase el calentón, no sucederá nada sustantivo con el Brexit. Refuerza esta idea saber que la debilidad europea no permite, en ningún caso, una respuesta contundente, entre otras razones porque la entusiasta estrategia de más integración tiene al frente a una Francia débil, una Austria que debe repetir elecciones y una Italia que intenta esconder su crisis bancaria, para evitar rescates dolorosos.

Da toda la impresión de que toda Europa solo piensa en llegar a la tanda de penaltis.