NÓMADAS Y VIAJANTES

'To Brexit or not to Brexit'

RAMÓN LOBO

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Los ingleses son un pueblo peculiar: han dominado gran parte del mundo y aún no han sido capaces de dominar el arte de la cocina. Lo sé por mala experiencia: mi madre es británica. Sostiene Ken Robinson, un revolucionario de la educación en el Reino Unido y EEUU, y a quien deberíamos hacer caso, que el calificativo de reservados, que tanto se les atribuye, no es el más adecuado para definirles pues no se puede ser reservado e invadir todos los países que les ha sido posible.

Decía Bernard Shaw que los ingleses tienden a blandir como propio lo que es ajeno: el té de Ceilán (Sri Lanka), el whisky escocés y el propio Shaw, que era irlandés. A los ingleses en particular y a los británicos en general les encanta reírse de sí mismos, un ejercicio intelectual con escasos adeptos en España.

A los ingleses no les molesta que nos metamos con ellos siempre y cuando lo hagamos desde el humor inglés, un arte que se encuentra a mitad de camino entre la ironía y el sarcasmo (Monty Python es una de sus cumbres universales). Uno de los libros favoritos de los británicos se publicó por primera vez en 1946: How to be an alien, de George Mikes, una divertidísima lectura que ayuda a entender a los habitantes de las islas Británicas. Es demoledor, pero tiene gracia.

Los británicos, como los estadounidenses, son, ante todo, prácticos. En el debate sobre la pertenencia a la UE, que nace en el mismo día de su entrada en 1973, la pregunta durante 40 años ha sido esta: ¿nos conviene, ganamos dinero?

El Reino Unido percibe su relación con la UE como una transacción: yo te doy, tú me das. Si sienten que hay equilibrio, les gusta ser europeos. Desde hace tiempo, y más desde la crisis del 2008 y los problemas de la Eurozona, para un número elevado de británicos el balance no es tan positivo.

Discurso eurófobo

Los sentimientos patrióticos, las emociones y una mala digestión del final del imperio -aún no saben (ojo, que es sarcasmo) que la reina Victoria murió en 1901- han impulsado la idea de que estarían mejor lejos de Bruselas, síntesis de todos los males. Sorprende que en una cuestión tan seria hayan reemplazado el humor por el antipático discurso nacionalista del xenófobo Nigel Farage.

Es cierto que Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (el nombre tiene guasa), no ha logrado el escaño, anunció su dimisión, después se arrepintió y ahora tiene contestación interna. Su único diputado en Westminster también quiere ser líder. Lo de menos en este asunto es Farage, lo importante es que su discurso eurófobo ha contaminado al Partido Conservador, que ya venía contaminado desde los tiempos de Margaret Thatcher.

El referéndum sobre la permanencia en la UE está previsto en el 2017, aunque el primer ministro, David Cameron, desea adelantarlo para evitar la parálisis de su nuevo Gobierno y eliminar incertidumbres. La consulta es una exigencia de su partido. Será el segundo referéndum sobre lo mismo; en el anterior, celebrado en 1975, ganó el sí a la permanencia.

Los británicos se sienten más cómodos con los estadounidenses que con los franceses. Es cierto, como dijo Churchill, ¿o fue Oscar Wilde? que británicos y norteamericanos están separados por un idioma común y algunas cosas más. En la UE algunos dirigentes sienten que el Reino Unido es un submarino de EEUU cuya misión es poner palos en la rueda europea. Nunca fluyó la confianza mutua. Cameron tiene una ventaja: con el otro exit rondando, el Grexit, el de Grecia, está en posición de ventaja para negociar más excepciones con Bruselas, más letra pequeña que vender a su electorado. La principal es la inmigración.

Una ruptura dañina

Más allá del orgullo por la libra esterlina, los taxis de Londres y los sombreros peludos de la guardia real, hay datos económicos rescatados por el Financial Times que no se deberían obviar. Las exportaciones británicas a los países de la UE ayudan a sostener 4,2 millones de puestos de trabajo en el Reino Unido, de los que 3,1 millones dependen directamente de las exportaciones. Una ruptura sería más dañina para el Reino Unido que para el resto de Europa.

Cameron convocará el referéndum para ganarlo, es decir, para quedarse en la UE. Para el resto de los países miembros se reabre el debate sobre lo que somos y queremos ser: duros con los griegos, sumisos con los británicos y sin ideas claras sobre la inmigración, las cuotas y la tragedia constante del Mediterráneo.

To Brexit or not to Brexit, esa es la cuestión. Detrás está en juego el futuro diseño de Europa, si será la de los mercaderes avaros y peleados entre sí o la de los ciudadanos. No seamos optimistas. Eso sería el mejor chiste de Monty Python.