Consulta decisiva en Gran Bretaña

El 'brexit' y Europa

La UE solo tiene futuro si se consolida como un espacio compartido de libertades y garantías sociales

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ENRIC MARÍN

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Los referéndums de Escocia y del brexit y el penoso fracaso de la gestión de los refugiados sirios son los hechos políticos europeos más relevantes de los últimos años. Por diferentes razones, muestran la contradictoria profundidad de la crisis del proyecto europeo. Contra quienes afirman sin rubor que los referéndums los carga el diablo, hay que saludar las iniciativas de Cameron haciendo posible la expresión democrática de escoceses y británicos, aunque el 'brexit' ha estado condicionado por tacticismos de partido y una ínfima calidad del debate público y mediático. Un debate presidido por la xenofobia y el catastrofismo, y solo alterado por el tristísimo asesinato de la diputada laborista Jo CoxJ.

Las razones para defender el 'brexit' son diversas, y no todas carentes de fundamento. Desde la incomodidad ante una supuesta sobrerregulación europea, hasta los déficits democráticos de la UE o la voluntad de recuperar soberanía estatal. Esto explica el apoyo cruzado en ambas opciones. Los partidarios de pertenecer a la UE han ido desde los representantes del gran capital financiero a los sectores más dinámicos del laborismo o los independentistas escoceses.

A su vez, los partidarios del 'brexit' han ido desde el nacionalismo anglobritánico más casposo, los críticos con la globalización, pero el hilo conductor fuerte ha sido el discurso xenófobo. El mismo discurso que está engrasando el populismo neofascista emergente en la mayor parte Europa.

POPULISMO REACCIONARIO

En el caso británico hay dos factores que ayudan a entender el éxito de este populismo reaccionario. En primer lugar, los materiales ideológicos que aún nutren un nacionalismo anglobritánico que vive con nostalgia la caduca identidad imperial. Y, en segundo lugar, ni laboristas ni conservadores no han sabido o no han querido frenar el deterioro de servicios públicos. La falta de inversión en barrios con alta inmigración ha hecho el resto.

La campaña por el 'brexit' ha tenido aspectos muy preocupantes. Pero la campaña a favor de la permanencia ha sido insustancial. Ni Cameron, ni Corbyn han sido convincentes. Nítidamente separados en la concepción del modelo económico y social, comparten una tibieza europeísta difícil de disimular. El único argumento de Cameron ha sido el del miedo. Él y su canciller de Hacienda han amenazado con todo tipo de plagas bíblicas. Alarmismo económico exagerado. La salida de Gran Bretaña de la UE no sería, de entrada, un negocio económico para nadie, aunque perjudica más a los británicos que los europeos continentales. Históricamente, el único interés de las clases dirigentes británicas en la UE ha sido participar en un mercado único europeo.

Hace más de 40 años que están y la economía británica ya no puede volver a la casilla de salida sin más. Por eso no hay otra alternativa a la pertenencia a la UE que un estatus de libre comercio como el de Noruega. De modo que, aunque fuera de la UE, Gran Bretaña debería contribuir con el 0,35 del PIB. Casi como ahora, pero con menos contraprestaciones. Y, por otro lado, la transición sería gradual y controlada. Por pragmatismo y sentido común. El 'brexit' no es un problema estrictamente inglés o británico. Tiene dimensión europea y es más político que económico. Las incertidumbres del 'brexit' hacen más visible la confusión del proyecto europeo. La UE fue creada con la idea de tender a una especie de Estados Unidos de Europa en la época de la globalización. Una nueva forma de unidad política, económica y social basada en la cultura democrática y el respeto a la diversidad.

Pero los líderes europeos no han sabido definir las formas de gobernación más adecuadas. Entre el voluntarismo anacrónico de crear un gran estado federal y la visión británica limitada a un gran mercado compartido, la UE se ha quedado en tierra de nadie. Un proyecto estructuralmente descompensado con mercado y moneda. Y con espacio Schengen, pero sin proyecto cultural. Un proyecto sin horizontes democráticos claros, que la ciudadanía ha acabado identificando con el poder de una tecnocracia condicionada por los mercados financieros globales. La UE necesita avanzar hacia un esquema más simétrico en el proceso de convergencia económica, política, social y cultural. Ya sabemos qué modelo no puede ser la réplica de un macroestado descentralizado. Tampoco se puede limitar a un mercado único desregulado para favorecer a las grandes corporaciones. Hay que explorar un modelo democrático confederal basado en el ejercicio de soberanías compartidas, solidaridad y respeto a la diversidad.

La UE no puede resignarse a ser vivida como una fatalidad asfixiante. Solo tiene futuro si se consolida como espacio compartido de libertades y garantías sociales. ¿Demasiado utópico? No más que la utopía de proporciones humanas que anhelaba Jo Cox.