Análisis

Brasil, ni tan milagroso ni tan desastroso

Pese a la consolidación de la democracia y la estabilidad económica, el país tiene un gran problema: aún es enormemente desigual

SALVADOR MARTÍ PUIG

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Brasil estuvo de moda hasta el Mundial del 2014, pero desde hace unos meses el país y sus gobernantes han pasado a ser el blanco de todas las críticas. Donde hace unos años los analistas veían el milagro carioca y un liderazgo continental, hoy ven un país ineficiente, demasiado orientado al mercado interno y paralizado por olas recurrentes de protestas sociales, ataques especulativos y escándalos de corrupción. Sin embargo, si se analiza la realidad del país, ni tuvo un desempeño tan milagroso ni ahora es tan desastroso.

Lo que sí es necesario destacar es que, contra todo pronóstico, Brasil ya lleva 30 años ininterrumpidos de elecciones competitivas, y con ello ha completado el período democrático más largo en la historia del país. Esto, que ahora se antoja fácil, no era tan obvio en 1985, cuando Fernando Collor de Mello ganó la presidencia y al poco tiempo tuvo que dimitir por múltiples escándalos de corrupción. Es decir, que si bien las perspectivas de consolidar una democracia a mediados de los 80 eran inciertas -por la corrupción, la falta de liderazgo, el fraccionamiento partidario y una inflación galopante-, hoy nadie duda ni de la estabilidad del régimen ni de la solidez y la  solvencia de su economía.

Con la llegada de Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia Brasileña, y la posterior del Partido de los Trabajadores de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, el eje de la política nacional brasileña se ha estabilizado y se ha convertido en una competencia entre dos bloques: el del PSDB y sus aliados en el centroderecha, y el del PT y sus aliados en el centroizquierda. Bajo esta arquitectura bipartidista coalicional, los temas fundamentales del país han sido objeto de consenso, y eso ha dado lugar a previsibilidad económica, estabilidad política y grandes avances en los temas clave de país.

Pero no todo es de color de rosa. A pesar de lo expuesto, de haber crecido a una tasa media anual del 3% del PIB entre 1960 y el 2011 y de combinar una notable estabilidad macroeconómica, con una baja inflación y un superávit fiscal primario, Brasil sigue teniendo muchos problemas. Si tuviéramos que exponer los cuellos de botella más relevantes para el desarrollo del país, expondríamos tres. En primer lugar, el poder que aún (re)tienen las élites económicas que controlan una enorme cantidad de recursos del país y que tienen un acceso privilegiado al diseño de las políticas públicas. En segundo lugar, la permanencia de una cultura de la corrupción que permea todos los estratos de la sociedad y que es muy difícil de combatir. Y en tercer lugar, la baja calidad de la burocracia pública, sobre todo en los niveles intermedios y bajos, que muchas veces obtiene su puesto a través de redes clientelares y que no es de carrera ni permanente.

Obviamente, podríamos añadir otros pasivos, como que las infraestructuras aún son deficientes o que la economía depende demasiado de las rentas de los recursos naturales; pero el peor de ellos se conecta con el primero de los problemas señalados, que es que Brasil sigue siendo un país enormemente desigual.

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