NÓMADAS Y VIAJANTES

El Brasil que no ve el FMI

RAMÓN LOBO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Primero corrompimos las palabras: libertad, bien común, democracia; después vaciamos los contenidos. Quedó un escenario de cartón piedra, todo fachada, sin apenas tramoya. No es solo el espionaje telefónico, el 'Yes We Scan', ni la victoria de la seguridad y el miedo sobre los derechos humanos. Es sobre todo el sistema, sus actores: una clase política convertida en casta sacerdotal.

Cuando estalló Lehman Brothers a finales del 2008,Obamay el G-8 prometieron refundar el capitalismo. Pero nadie refundó nada, solo refinanció el sistema con nuestros recortes y lo dejó en manos de los mismos depredadores que provocaron el cataclismo.

El capitalismo es un sistema feroz, el que mejor se adapta al ser humano, el único animal capaz de matar por placer, sin obtener nada a cambio. Son necesarios los límites, la vigilancia, el castigo legal, así como la garantía de la igualdad de oportunidades.

Brasil es un ejemplo para el Fondo Monetario Internacional (FMI), organización que acumula directores gerentes con problemas judiciales. También lo es para los crupieres de este gran Casino en el que se ha transformado la globalización. Los crupieres solo miran estadísticas, tendencias de negocio; carecen de sentimientos.

Es un gigante dormido, repleto de energía para la samba, el fútbol, la creación, la alegría. Siempre se dijo que Brasil era un país con mucho futuro y un problema: que el futuro nunca terminaba de llegar. Luiz Inácio Lula da Silvasacó de la miseria a cientos de millones de personas, alfabetizó a los ignorados. Los asesores le pusieron corbata para que pareciera estadista y el líder disfrazado y su partido aparcaron las utopías.

En el Brasil de los años 80 apenas había clase media: solo unos pocos riquísimos y unos muchos paupérrimos; en medio, diversos grados de pobreza. La salida de la crisis de la deuda, el fuerte crecimiento hasta el año 2010, la lucha contra la miseria y el hambre han creado una clase media de 40 millones de personas que se incorpora a la vida económica y política.

Los nuevos brasileños no se conforman con ser espectadores de su vida, quieren ser actores, decidir. Demandan hospitales, escuelas, transportes públicos de calidad, más eficacia, menos inflación; más trabajo y seguridad, menos corrupción.

Los fastos del Mundial del 2014 han costado unos 14.000 millones de dólares, unos 10.500 millones de euros, un tercio de los 31.000 millones que se esfumarán en España con el rescate bancario. Aún falta la factura final del Mundial y la de los Juegos Olímpicos del 2016. Venderse eficaz va a resultar muy caro.

Tanta inversión millonaria -poco transparente- en decorar el escenario ha dejado al descubierto una clase política autosatisfecha, alimentada de sus cuentas, que olvidó quién les votó y para qué. La subida de 20 centavos de real en los autobuses de São Paulo y en otras 10 ciudades fue el detonante que despertó una indignación aletargada. Tras varios días de manifestaciones pacíficas y de episodios de violencia, las autoridades han cedido y bajado los precios. Dicen que han entendido el mensaje. Cuando un político afirma que ha entendido algo es que sigue sin entender nada. Por eso continúa la protesta.

La presidenta,Dilma Rousseff,una luchadora que fue torturada por la dictadura militar, dice comprender el enfado de la calle. Trata de mantenerse cerca de la realidad, pero no son buenos tiempos para ella; su Gobierno ha perdido ocho puntos de popularidad y la locomotora económica da señales de alarma: un crecimiento del 2.7% en el 2011 y otro exiguo del 0.9% en el 2012, con una inflación alta en mayo, un 6,5% interanual.

Política y propaganda

El problema de Brasil es similar al de España, Grecia y Portugal, al de la Unión Europea y EEUU; la política quedó anclada en la propaganda, se creyó su cuento. No se gobierna para transformar sino para simular que se hace. En las calles crece un rechazo peligroso hacia la política que deja espacio al populismo y al fascismo. Los jóvenes exigen sueños pero desde el escenario de cartón piedra se lanzan pelotas de goma.

En Brasil existen 90 millones de internautas, casi la mitad de la población, que en julio superará los 201 millones de habitantes; un 40,9% tiene menos de 24 años. Las redes sociales modifican el control informativo. No es suficiente dominar las televisiones, situar a amigos y comisarios políticos. Ahora existen Facebook, Twitter.

Las protestas de estos días en Brasil, las más importantes en 20 años, no se dejan engatusar por la Copa de Confederaciones, por la magia del fútbol. Hasta los futbolistas están con los manifestantes, comoNeymar. Es el nuevo Brasil, el que todos esperaban, aunque todavía no existe para el FMI y los crupieres.