En sede vacante

La biblioteca particular de Millet

Josep Maria Fonalleras

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Me he reído mucho con las cartas deFèlix Milletque ha publicado EL PERIÓDICO. Me ha hecho gracia la insistencia en colocar al novio de su hija y yerno (que son la misma persona, pero con cuatro años de diferencia) en el Museu de la Ciència de La Caixa. Me quedé sin respiración, con tanta carcajada, al ver el interés deMilletpor «potenciar la imagen de catalanismo de Ferrovial» (sobre todo con las comillas que acompañan la palabracatalanismo). Y luego, cuando dice que hay un pez en las Maldivas que lleva una mancha que se parece al logo de Ferrovial, he tenido que llamar al médico para que me aumentara la medicación contra los espasmos. ¡Y qué detalle, cuandoMilletinforma al vicepresidente ejecutivo de la compañía de que aún conserva los catálogos de los hoteles que visitó para que el señorDel Pinopueda comprobar in situ cómo se parecen los peces exóticos y los símbolos de la empresa!

Pero el éxtasis ha llegado cuando he visto las cartas que escribióMillet para pedir autógrafos. La fórmula es casi siempre la misma, con pequeñas desviaciones: «Me gustaría que pudieras dedicarme unas líneas para guardar el libro en un lugar destacado de mi biblioteca particular». A veces son «unas palabras» y a veces es «un lugar muy especial», pero el destino siempre es ese sitial de lujo llamado «biblioteca particular». Son libros, eso sí, que asegura haber leído o que leerá «con mucho interés».

¿Acaso creía este personaje que su sagrada biblioteca particular era un tabernáculo del saber? ¿Que para los autores era un privilegio poder firmar uno de sus libros con destino al templo de la cultura? ¿Y cómo volvían los libros aMillet? ¿Pagaba el transporte el mismo autor o el malhechor enviaba a un recadero con cargo al Palau? Reviento de tanto reírme.