Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA
Juan Carlos Ortega
POR JUAN CARLOS ORTEGA
¡Bendita corrección política!
Se habla desde hace ya mucho tiempo del daño que hace al humor la corrección política. Actores, cómicos, periodistas, aseguran que, a este paso, ya no podrá hacerse humor de casi nada. Lo políticamente correcto, aseguran con muy buena intención, terminará con el magnífico oficio de hacer reír.
Entiendo muy bien sus argumentos y he llegado, en ocasiones, a estar de acuerdo con ellos, pero después de mucho reflexionar he llegado a la conclusión siguiente: dejemos de hablar del daño que sufre el humor con la corrección política y empecemos a pensar en el tremendo bien que le hace.
Efectivamente, creo que la corrección política es una bendición. Si por mi fuera, votaría para que fuera más loca, absurda y exagerada de lo que ya es en nuestros días. Lo políticamente correcto no acabará jamás con el humor, sino que lo ampliará hasta límites que ahora mismo ni siquiera podemos imaginar.
El humor ha sido, entre otras muchas cosas, una lucha contra la solemnidad. Si esta no hubiera existido, tampoco habría sido necesario reventarla. Hoy día, la corrección política juega el papel que antes desempeñaba lo solemne. En una época en la que la solemnidad está ya muy debilitada, viejecita y sin fuerzas, ha de venir un relevo, algo que el humor necesite dinamitar con descaro. Y lo políticamente correcto cumple esa función de maravilla.
Cada vez que un colectivo se ofende con un acto cómico, sea el que sea, el humor sale reforzado. La corrección política es un estupendo aliado del humorista, tanto que incluso a veces pienso si no será una invención ingeniosa de ese glorioso oficio.
El argumento principal que podrían ustedes utilizar en contra de mi postura, es que algunos cómicos, por temor a la censura que ejerce sobre ellos la corrección, podrían dejar de hacer bromas sobre algunos asuntos delicados. Pero si eso fuera así, el humor ya no existiría, porque el humorista siempre ha tenido un enemigo que le controlaba y ejercía de censor, siempre el mismo enemigo, el mismo plasta aguafiestas que ha ido adquiriendo formas distintas en función de la época. Y los humoristas siempre han sobrevivido a ese enemigo. Es más: era él quien les hacía vivir, quien les daba fuerzas para levantarse cada mañana e inventarse las divinas bromas que lo ridiculizaban.
Por tanto, cómicos del mundo, humoristas míos, faros de la tierra, queridos aliados, no os quejéis de la absurda implantación de la corrección política en nuestra época. De verdad, hacedme caso; no hay motivo para que estéis preocupados. No os va a hacer ningún daño, porque vuestro poder es absoluto. Bendita sea la tontísima corrección, y mil veces bendita. Queriendo fastidiaros, no sabe, tonta ella, el eterno bien que os hace.
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